No tenemos que desanimarnos. Debemos deshacernos de la incredulidad; no necesitamos hablar de ella, estimularla o abrigarla. Más bien debemos proseguir a la meta, al premio del supremo llamamiento que es en Cristo Jesús, nuestro Señor. Me siento ansiosa, porque sé que el tiempo ha llegado cuando el pueblo de Dios debería colocarse sus hermosas vestiduras. «¡Levántate, resplandece, porque ha venido tu luz y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti!». Es la palabra de infinito poder que él desea que ustedes coman y beban. Él quiere que coman su carne y beban su sangre. Entonces la voz será dotada de un poder impresionante. SE1 267.4
Recuerdo que después de 1844 éramos un pequeño grupo de apesadumbrados creyentes. Había un niñito que tenía veinticinco centavos y los arrojó en un lodazal, porque supuso que no los necesitaría, ya que el Señor vendría pronto. Luego se lo vio buscando sus veinticinco centavos en el lodo. Pensé: ¿Cuántos de nosotros haríamos exactamente lo mismo? Hubo un hermano que estuvo orando en un grupo y empezó a decir en alta voz: «Grande, grande, grande es Jehová y digno de suprema alabanza”. Creo que lo repitió varias veces, y su faz brillaba. Antes de finalizar, el poder de Dios descendió sobre nosotros. Aunque en verdad estábamos desilusionados gozábamos de la bendición de Dios. SE1 267.5