Un intérprete de la ley vino a Cristo y le preguntó: «¿Haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?” (Luc. 10: 25). Esta pregunta recibió una firme respuesta: «¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees? Aquel, respondiendo, dijo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo”. Le dijo: “Bien has respondido; haz esto y vivirás”» (Luc. 10: 26-28). Esto significa guardar los primeros cuatro mandamientos que muestran el deber del ser humano hacia Dios, y los últimos seis que muestran el deber del hombre respecto a su prójimo. SE1 37.1
Esa es la obra que está ante nosotros. Al alma que pregunta con inquietud: «¿Qué debo hacer para ser salva?”, se le responde que el camino ha sido señalado. Consiste en amar a Dios por sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Pregunto, ¿lo estamos haciendo? ¿Estamos nosotros, los que profesamos ser seguidores de Jesucristo, imitando su vida? ¿Estamos siguiendo su ejemplo? Si lo estamos haciendo, tendremos una conexión viva con el cielo y seremos canales de luz para el mundo. SE1 37.2
Cristo les dijo a sus discípulos: «Vosotros sois la luz del mundo [...]. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mat. 5: 14-16). Podría parecer que ustedes han mostrado una gran abnegación y sacrificio al obedecer la ley de Dios. ¿Acaso requiere Dios más abnegación de parte de ustedes que la que él ha mostrado por ustedes para que no perezcan, sino para que tengan vida eterna? Él ha señalado el camino, ¿lo seguiremos? Jesús dijo: «He guardado los mandamientos de mi Padre” (Juan 15: 10). ¿Guardarán ustedes los mandamientos de Dios? Él dejó su trono real en el cielo, y cambió la corona de gloria por una de espinas. Colocó sus pies en la senda ensangrentada que lo condujo al Calvario. Nos ha dicho que aquellos que participen con él en sus sufrimientos, serán también hechos partícipes con él de su gloria. SE1 37.3
Quizá nunca tengamos que sufrir como él, pero en todo momento hemos de mantener ante nosotros al Autor de nuestra salvación y jamás exaltar el yo. De ningún modo debemos ser orgullosos ni autosuficientes. SE1 38.1
Cristo fue despreciado y rechazado por los hombres. Aquellos a quienes vino a salvar no pudieron ver en él nada digno de aprecio. Si él viniera a nuestro mundo desprovisto de honor terrenal o poder real, ¿quiénes lo recibirían como el rey de gloria, como la majestad del cielo? ¿Cuántos orgullosos miembros de iglesia se sentirían avergonzados de Jesús y del descrédito que conlleva su aceptación, hasta el punto de no estar dispuestos a seguirlo? ¡Qué amor, qué incomparable amor ha sido manifestado por el Hijo del hombre! Y todo esto lo soportó para llevar consigo a muchos hijos e hijas a la gloria. ¿Quién está dispuesto hoy a ponerse de parte del Señor? SE1 38.2