Enoc caminó con Dios trescientos años antes de ser trasladado al cielo, y el estado del mundo en aquella época no era más favorable para la perfección del carácter cristiano de lo que es ahora. ¿Y cómo caminó Enoc con Dios? Educó su mente y corazón para creer que estaba en la presencia divina, y cuando lo asaltaba la duda, sus oraciones ascendían a Dios para que lo guardara. Rehusó participar en cualquier acto que pudiera ofender a su Dios. Continuamente mantuvo al Señor delante de él. Él oraba: «Enséñame tu camino para que no pueda errar. ¿Qué deseas de mí? ¿Qué haré para honrarte, mi Dios?». Así se mantuvo en todo momento siguiendo su senda y su trayectoria en armonía con los mandamientos de Dios, en la perfecta seguridad y confianza de que su Padre celestial lo ayudaría. No abrigaba un solo pensamiento egoísta. Todo estaba supeditado a la voluntad de su Padre. SE1 39.3
Enoc representa a quienes estarán vivos cuando Cristo venga, los que serán trasladados al cielo sin experimentar la muerte. Pero si no están dispuestos a hacer la voluntad de Dios, ni a andar en el camino del Señor, sino en seguir sus propios derroteros, entonces ustedes no estarán en armonía con el Dios del cielo. Hemos de orar con David: «Abre mis ojos y miraré las maravillas de tu ley” (Sal. 119: 18). Muchos cierran sus ojos para no ver la verdad. No desean ver los defectos en sus vidas y caracteres, y se incomodan si se les menciona algo respecto a la ley de Dios. Con ello demuestran que han adoptado una norma humana, y que su voluntad no es la voluntad de Dios. Anhelamos que ustedes no sean engañados por Satanás, el primer gran adversario de la ley divina. Debemos mantener presente que la ley de Dios es la única norma por la que se juzgará al ser humano. SE1 39.4