Si deseamos entrar al cielo, tendremos que incorporar en esta vida todo lo que sea del cielo. La religión de Cristo jamás degrada a los que la reciben; nunca los rebaja a un nivel inferior. La verdad es siempre elevadora en su influencia y nos exaltará a una posición superior. La religión de Jesucristo tiene una influencia refinadora sobre hombres y mujeres. Cuando la verdad de Dios entra al corazón, comienza un proceso refinador sobre el carácter. Los que son toscos y ásperos llegan a ser humildes, receptivos, siempre dispuestos a aprender en la escuela de Cristo. La poderosa espada de la verdad los ha separado del mundo. Después habrá una obra que debe ser realizada con el fin de prepararlos para el templo de Dios. Han de ser labrados, nivelados, cincelados y preparados para las mansiones celestiales. SE1 40.1
Aquellos que por naturaleza están llenos de suficiencia propia llegarán a ser mansos y humildes y su carácter será transformado. En el principio, Dios dijo: «Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza». Pero el pecado ha borrado prácticamente la imagen moral de Dios en el hombre. Jesús descendió a nuestro mundo con el propósito de darnos un ejemplo vivo, para que sepamos cómo vivir y observar el camino del Señor. Él era la imagen del Padre. Su hermoso e inmaculado carácter está ante nosotros como un ejemplo que ha de ser imitado. Tenemos que estudiar el modelo y seguir a Jesucristo, entonces podremos incorporar en nuestros caracteres su gracia y belleza. Haciendo esto estaremos colocándonos ante Dios por medio de la fe, recuperando de las huestes de las tinieblas el poder del dominio propio y el amor de Dios que Adán perdió. Por medio de Jesucristo estaremos viviendo y observando las leyes de Dios. SE1 40.2
Al iniciarse el juicio y al ser abiertos los libros, cada ser humano será juzgado de acuerdo a lo realizado en la carne. Quienes hayan imitado a Cristo en su obediencia a los mandamientos de Dios, serán bendecidos. «Y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida. Y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras” (Apoc. 20: 12). SE1 40.3
Juan también contempló la santa ciudad, la nueva Jerusalén, con sus doce puertas y sus doce cimientos, descendiendo del cielo por mandato de Dios. Se le mostró a Juan aquella ciudad con sus calles de oro transparente como el cristal. Todo el que desee entrar en ella debe ser transformado y santificado en carácter, aquí en esta vida. Las naciones que hayan guardado la verdad entran en la ciudad de Dios, y se escucha una voz, clara y singular: «¡Bienaventurados los que guardan sus mandamientos, para que tengan derecho al árbol de la vida y entren por las puertas en la ciudad!” (Apoc. 22: 14, RVA). SE1 41.1