Allí se colocará la corona de gloria inmortal sobre la cabeza de todo vencedor. Cuán ferviente entonces debiera ser nuestra labor aquí con el objetivo de ganar almas para Jesucristo. No podemos ni por un momento dedicar para nuestro propio placer las energías que Dios nos ha dado. Tenemos que consagrar la vida a nuestro Maestro. Ustedes han de continuar en esta batalla con abnegación y sacrificio. La Palabra de Dios dice por medio de sus apóstoles: «Nosotros somos colaboradores de Dios» (1 Cor. 3:9). SE1 41.2
A veces nuestra obra puede parecer muy desalentadora, pero si un alma se vuelve de su camino de error para acudir a la justicia, hay gozo en el cielo. El Padre y el Hijo se regocijan en presencia de los ángeles. El canto de triunfo y victoria es entonado y repetido una y otra vez a través de los atrios celestiales. Entonces, ¿por qué no ser sabios, y trabajar para la gloria de Dios en esta vida? «Los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad” (Dan. 12: 3). Queremos que nuestras vidas aquí sean refinadas, ennoblecidas, elevadas, como la de Jesucristo. Cuando Cristo sea nuestra esperanza de gloria, comenzaremos a abandonar nuestros pecados favoritos, temeremos ofender a Dios y amaremos su ley. SE1 41.3
Veo ante mí la adquisición realizada mediante la sangre de Cristo. Cada alma tiene gran valor. El Señor dijo a través de su profeta: «Haré más precioso que el oro fino al varón y más que el oro de Ofir al ser humano» (Isa. 13: 12). SE1 41.4
Es la verdad divina recibida en el corazón y practicada en la vida lo que hace al ser humano precioso a la vista de Dios. Mientras Juan contempla la hermosa, refinada y purificada multitud que se encuentra alrededor del trono de Dios, el ángel pregunta: «Estos que están vestidos de ropas blancas, ¿quiénes son y de dónde han venido”? Juan responde: «Señor, tú lo sabes». El ángel añade: «Estos son los que han salido de la gran tribulación; han lavado sus ropas y las han blanqueado en la sangre del Cordero. Por eso están delante del trono de Dios y lo sirven día y noche en su templo. El que está sentado sobre el trono extenderá su tienda junto a ellos” (Apoc. 7: 13-15). SE1 41.5
Ahora es el momento de lavar el manto de nuestro carácter y emblanquecerlo en la sangre del Cordero por medio del arrepentimiento. Así estaremos de pie delante del trono de Dios ataviados con vestiduras blancas. Hemos de lavar nuestras vestiduras y permitir que se registren nuestros nombres en el libro de la vida del Cordero. Él nos dice: «Ya no tendrán hambre ni sed, y el sol no caerá más sobre ellos, ni calor alguno, porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará y los guiará a fuentes de aguas vivas. Y Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos” (Apoc. 7: 16, 17). SE1 42.1
Deseamos prepararnos para la vida inmortal futura, y queremos decidir hoy: «Pero mi casa y yo serviremos a Jehová”. Este es el momento para que ustedes se entreguen sin reservas a Jesús. Decídanse a preferir a Cristo aunque pierdan todo lo demás. Los mismos obstáculos y dificultades que encontremos servirán para fortalecer nuestra fe al vencerlos, y cada victoria obtenida será registrada en los libros del cielo. Toda buena obra que hagamos a fin de ayudar a las almas a transitar el camino de los mandamientos de Dios, también se registrará en dichos libros . SE1 42.2
No permitamos que el enemigo nos engañe. Ha llenado el mundo con sus herejías. Debemos afirmar nuestros pies sobre la Palabra de Dios y entonces estaremos listos para colocarnos bajo los estatutos y mandatos del reino de la luz. Entonces entonaremos la canción de triunfo y redención en el reino de Dios, aunque tendremos que aprenderla primero aquí. ¿Habita Jesús en nuestros corazones? Si lo está, hablaremos de él, lo revelaremos en nuestra vida y carácter, hablaremos de su poder y alabaremos a Dios en nuestros corazones. Un dulce espíritu de mansedumbre será manifestado y el yo será crucificado. Asimismo, la pureza y la santidad se pondrán de manifiesto en nuestro carácter. SE1 42.3
Yo sé de lo que estoy hablando. Por más de cuarenta años me he dedicado a predicar la salvación a los pecadores, y mi corazón ha gemido por ellos. Dios me ha presentado la gloria del cielo y he recibido una visión de la majestad y la gloria de mi Redentor y de los ángeles de gloria. Era muy joven cuando un médico me dijo: «Vas a morir, no podrás vivir más de tres meses». Fue en aquel tiempo cuando Dios me dio una visión de su gloria, y me dijo: «Ve y comunícale a la gente el mensaje que te daré». Empecé a hacerlo incluso estando muy débil. Apenas podía permanecer de pie. No había hablado en voz alta durante semanas, pero cuando me vi delante de la gente, el poder de Dios descendió sobre mí. Recibí la capacidad de hablar y hablé con claridad durante dos o tres horas. Sin embargo, al terminar, una vez más perdí la voz. Viajé por tres meses en esa condición y luego el dolor de los pulmones cesó y desde entonces he estado haciendo la obra que el Maestro me ha encomendado. He viajado y trabajado, y el Señor me ha dado fuerzas para continuar hasta el día de hoy. SE1 42.4
Deseo decirle a todo aquel a quien la gloria de Dios le haya sido mostrada: «Nunca deberás tener la menor inclinación a decir: “Soy santo, estoy santificado”». Después de mi primera visión, no podía soportar la luz muy brillante. Era como si hubiera perdido la vista, pero cuando me acostumbré de nuevo a las cosas de este mundo, pude contemplarlo todo sin problema. Por eso les digo que no deben vanagloriarse diciendo: «Soy santo, estoy santificado». Esa será la prueba más fehaciente de que no conocen las Escrituras ni el poder de Dios. Permitan que Dios sea quien escriba ese dictamen en sus libros si él lo desea, pero nunca deben ustedes mencionarlo. SE1 43.1
Jamás me he atrevido a proclamar: «Soy santa, no tengo pecado”. He tratado de hacer la voluntad de Dios con todo mi corazón y disfruto la dulce paz del Señor en mi alma. Puedo confiar el cuidado de mi alma a Dios como a mi Creador, sabiendo que él guardará lo que se le ha confiado. Mi comida y bebida es hacer la voluntad de mi Maestro. SE1 43.2