La costumbre de sostener a hombres y mujeres en el ocio mediante dones privados o el dinero de la iglesia estimula en ellos malos hábitos. Hay que evitar concienzudamente este proceder. Cada hombre, mujer y niño deberían ser educados para desempeñar un trabajo práctico y útil. Todos deberían aprender algún oficio. Podría ser la fabricación de tiendas u otro oficio, pero todos deberían ser enseñados a emplear sus facultades con algún propósito. Y Dios está listo para aumentar las capacidades de todos los que quieran educarse a sí mismos para adquirir hábitos de laboriosidad. En lo que requiere diligencia debemos ser “no perezosos; fervientes en espíritu, sirviendo al Señor”. Romanos 12:11. Dios bendecirá a todos los que cuiden su influencia en este sentido.—The Review and Herald, 13 de marzo de 1900. CMC 171.3