La negligencia religiosa en el hogar, el descuidar la educación de los hijos, es algo que desagrada mucho a Dios. Si uno de vuestros hijos estuviese en el río, luchando con las ondas, y en inminente peligro de ahogarse, ¡qué conmoción se produciría! ¡Qué esfuerzos se harían, qué oraciones se elevarían, qué entusiasmo se manifestaría para salvar esa vida humana! Pero aquí están vuestros hijos sin Cristo, y sus almas no están salvas. Tal vez son hasta groseros y descorteses, un oprobio para el nombre adventista. Perecen sin esperanza y sin Dios en el mundo, y vosotros sois negligentes y despreocupados. 2JT 133.2
¿Qué ejemplo dais a vuestros hijos? ¿Qué orden tenéis en casa? Debéis enseñar a vuestros hijos a ser bondadosos, serviciales, accesibles a las súplicas, y sobre todo lo demás, respetuosos de las cosas religiosas y conscientes de la importancia de los requerimientos de Dios. Se les debe enseñar a respetar la hora de la oración; se debe exigir que se levanten por la mañana para estar presentes en el culto familiar. 2JT 133.3
Los padres y las madres que ponen a Dios en primer lugar en su familia, que enseñan a sus hijos que el temor del Señor es el principio de la sabiduría, glorifican a Dios delante de los ángeles y delante de los hombres, presentando al mundo una familia bien ordenada y disciplinada, una familia que ama y obedece a Dios, en lugar de rebelarse contra él. Cristo no es un extraño en sus hogares; su nombre es un nombre familiar, venerado y glorificado. Los ángeles se deleitan en un hogar donde Dios reina supremo, y donde se enseña a los niños a reverenciar la religión, la Biblia y al Creador. Las familias tales pueden aferrarse a la promesa: “Yo honraré a los que me honran.” 1 Samuel 2:30. Y cuando de un hogar tal sale el padre a cumplir sus deberes diarios, lo hace con un espíritu enternecido y subyugado por la conversación con Dios. El es cristiano, no sólo en lo que profesa, sino en sus negocios y en todas sus relaciones comerciales. Hace su trabajo con fidelidad, sabiendo que el ojo de Dios está sobre él. 2JT 134.1
En la iglesia su voz no guarda silencio. Tiene palabras de gratitud y estímulo que pronunciar; porque es un cristiano que crece, tiene una experiencia renovada cada día. Es un obrero activo en la iglesia, y ayuda, trabajando para la gloria de Dios y la salvación de sus semejantes. Se sentiría condenado y culpable delante de Dios si no asistiese al culto público y no aprovechase los medios que le habilitan para prestar un servicio mejor y más eficaz en la causa de la verdad. 2JT 134.2
Dios no queda glorificado cuando los hombres de influencia se transforman en meros negociantes, o ignoran los intereses eternos, que son más duraderos, y son tanto más nobles y elevados que los temporales. ¿Dónde debiera ejercerse el mayor tacto y habilidad, sino en las cosas imperecederas, tan duraderas como la eternidad? Hermanos, desarrollad vuestro talento para servir al Señor; manifestad tanto tacto y capacidad al trabajar para la edificación de la causa de Cristo como lo hacéis en las empresas mundanales. 2JT 134.3
Lamento decir que hay gran falta de fervor e interés en las cosas espirituales, de parte de las cabezas de muchas familias. Hay algunos que se encuentran rara vez en la casa de culto. Presentan una excusa, luego otra, y aun otra, por su ausencia; pero la verdadera razón es que su corazón no tiene inclinación religiosa. No cultivan un espíritu de devoción en la familia. No crían a sus hijos en la enseñanza y la admonición del Señor. Esos hombres no son lo que Dios quisiera que fuesen. No tienen relación viva con él; son puramente negociantes. No tienen espíritu conciliador; hay tanta falta de mansedumbre, bondad y cortesía en su conducta que sus motivos se prestan a ser mal interpretados, y hasta se habla mal del bien que realmente poseen. Si pudiesen darse cuenta de cuán ofensiva es su conducta a la vista de Dios, harían un cambio. 2JT 135.1