Elena G. de White había conocido hacía poco tiempo a la Hna. Lons. Cuando el esposo de esta hermana murió, le escribió la siguiente carta llena de amor y compasión hacia su nueva amiga. HD 219.2
Querida Hna. Lons: Me alegra haberla conocido y haber unido mi corazón con el suyo. Junto con la Hna. Brown, las tres hemos sido dejadas en la viudez, pero hemos recibido la bendición de Dios; él no nos ha fallado en nuestro tiempo de prueba. Ha sido para nosotros una ayuda presente en tiempo de necesidad. Nos ha permitido experimentar individualmente la resignación frente a la aflicción y la paciencia frente a las más severas pruebas, para desarrollar, como niños, una humilde e inocente confianza en él. HD 219.3
Hemos aprendido, en medio de las oscuras providencias, que no es sabio seguir nuestro propio camino, ni hacer conjeturas y reflexiones acerca de la fidelidad de Dios. Creo que podemos ser solidarias entre nosotras y entendernos; nos ha unido la gracia de nuestro Señor Jesucristo, y nos han unido lazos sagrados nacidos en la aflicción. HD 219.4
Si no nos encontramos más en esta tierra, igual tendremos memorias inolvidables de nuestra amistad con la familia. Me alegra haberla conocido, y creo que fue la providencia de Dios que llegara a ser parte de la familia Brown. El Señor la ha utilizado como su instrumento de justicia en su asociación con esa familia, especialmente con la Hna. Brown. Tengo tiernos sentimientos hacia ambas, pues puedo entender vuestras penas. HD 219.5
A menudo las misericordias vienen disfrazadas de aflicciones; no podemos saber lo que hubiera ocurrido sin ellas. Cuando Dios, en su misteriosa providencia, cambia nuestros planes y torna nuestro gozo en tristeza, debemos inclinarnos en sumisión y decir: “Sea hecha tu voluntad, Señor”. Debemos mantener una calmada confianza en Aquel que nos ama y dio su vida por nosotros. “De día mandará Jehová su misericordia, y de noche su cántico estará conmigo, y mi oración al Dios de mi vida. Diré a Dios: “Roca mía, ¿por qué te has olvidado de mí? ¿Por qué andaré yo enlutado por la opresión del enemigo? [...]. ¿Por qué te abates, oh alma mía, y por qué te turbas dentro de mí?” Espera en Dios; porque aún he de alabarlo, salvación mía y Dios mío”. Salmos 42:8-11. HD 219.6
El Señor contempla nuestras aflicciones; con su gracia las reparte y discrimina sabiamente. Como un orfebre vigila el fuego hasta que la purificación se completa. El horno es para purificar y refinar, no para consumir y destruir. Los que confían en él podrán alabar sus misericordias aun en medio de sus juicios. HD 220.1
El Señor siempre está vigilando para impartir, cuando más se las necesite, nuevas y frescas bendiciones: fuerza en el tiempo de debilidad; socorro en la hora de peligro; amigos en tiempos de soledad; solidaridad, divina y humana, en tiempos de tristeza. Estamos en camino al hogar. Aquel que nos amó tanto como para morir por nosotros, también nos ha preparado una ciudad. La nueva Jerusalén es nuestro lugar de descanso; y no hay tristezas en la ciudad de Dios; ni siquiera un lamento. No se escucharán endechas por esperanzas quebrantadas o afectos sepultados. HD 220.2
Que el Señor la bendiga, mi muy querida y respetada hermana.—Carta 37, 1893. HD 220.3