Querida Hna. Lucinda,
Desearía que me escribieras más a menudo con noticias. He decidido permanecer aquí, y no asistir a ninguno de los congresos. No me atrevo a ir al Este sin la seguridad de que Dios me está dirigiendo. Estoy plenamente decidida a ir si la luz brilla en mi camino. Pero el Señor sabe lo que es mejor para mí, para Jaime, y para su causa. Mi esposo está feliz ahora, ¡bendita noticia! Si supiera que esa felicidad le va a durar, estoy dispuesta a permanecer aquí. Si mi presencia es perjudicial para su felicidad, que Dios no permita que me interponga en su camino. Yo haré mi obra bajo la dirección de Dios, y él puede hacer su obra bajo la dirección de Dios. No nos vamos a interponer en el camino del otro. Mi corazón está decidido, confiando en Dios; esperaré para saber si Dios abre un camino delante de mí. HD 266.1
No creo que mi esposo realmente desee mi compañía. Seguramente estaría feliz si asisto a los congresos, pero él tiene tal concepto de mí, como me lo ha expresado de vez en cuando, que yo misma no me siento feliz en su presencia. Y no podré hasta que él vea las cosas de manera diferente. En gran medida me culpa de su infelicidad, cuando él mismo se la ha acarreado por su falta de dominio propio. No puedo estar en armonía con él hasta que las cosas cambien. Me ha dicho demasiadas cosas como para poder ahora orar y trabajar juntos. Creo que mi deber es no colocarme a mí misma en una posición en la que él sea tentado a hablarme y expresar sus sentimientos como lo ha hecho antes. No puedo y no quiero estar tan limitada y disminuida como lo estuve.—Carta 65, 12 de mayo de 1876. HD 266.2