Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. 1 Juan 3:2. AFC 61.2
Jesús, el Redentor del mundo, conoce por nombre a todos sus hijos, y la gloria de Dios vendrá sobre aquellos que creen... Los que contemplan a Jesús, se transforman a su imagen, se asimilan con su naturaleza, y la gloria de Dios que brilla en la faz de Jesús se refleja en la vida de sus seguidores. Más y más el cristiano se transforma de gloria en gloria... AFC 61.3
Por fe, el ojo espiritual contempla la gloria de Jesús. Esa gloria está oculta hasta que el Señor imparte la luz de la verdad espiritual; pues el ojo de la razón no la puede ver. La gloria y misterio de Cristo permanecen incomprensibles, nublados por su excesivo brillo, hasta que el Señor hace irradiar su significado delante del alma... Por fe, el alma capta la divina luz de Jesús. Vemos encantos incomparables en su pureza y humildad, su abnegación, su maravilloso sacrificio para salvar al hombre caído. La contemplación de Cristo induce al hombre a justipreciarse correctamente, pues comprende que el amor de Dios lo ha hecho grande... La posibilidad de ser como Jesús, a quien ama y adora, inspira dentro de él aquella fe que obra por el amor y purifica el corazón... AFC 62.1
Jesús es más precioso para el alma que lo contempla por el ojo de la fe que cualquier otra cosa; y el alma creyente es más preciosa para Jesús que el oro fino de Ofir. Cristo mira sus manos, las huellas de la crucifixión están allí, y dice: “He aquí que en las palmas de las manos te tengo esculpida; delante de mí están siempre tus muros”. Isaías 49:16. AFC 62.2
El Señor viene con poder y gran gloria. Todos los que han hecho de Cristo su refugio reflejarán su imagen y serán como él, pues lo verán como él es. Han de ser presentados ante Cristo sin “mancha ni arruga ni cosa semejante”. Efesios 5:27.—The Review and Herald, 7 de octubre de 1890. AFC 62.3