Al empezar a estudiar las Escrituras como lo hizo, para probar que son una revelación de Dios, Miller no tenía, al principio, la menor idea de que llegaría a la conclusión a que había llegado. Apenas podía él mismo creer en los resultados de su investigación. Pero la evidencia de la Escritura eran demasiado clara y concluyente para rechazarla. CES 58.3
Había dedicado dos años al estudio de la Biblia cuando, en 1818, llegó a tener la solemne convicción de que unos 25 años después aparecería Cristo para redimir a su pueblo. Miller dice: “No necesito hablar del gozo que llenó mi corazón ante tan embelesadora perspectiva, ni de los ardientes anhelos de mi alma para participar del júbilo de los redimidos. Ahora la Biblia era para mí un libro nuevo. Era en verdad una fiesta de la razón; todo lo que para mí había sido sombrío, místico u oscuro en sus enseñanzas, había desaparecido de mi mente ante la clara luz que brotaba de sus páginas sagradas; y ¡oh, cuán brillante y gloriosa aparecía la verdad! Todas las contradicciones e inconsistencias que había encontrado antes en la Palabra desaparecieron; y si bien quedaban muchas partes que no comprendía del todo, era tanta la luz que manaba de las Escrituras para iluminar mi anterior mente oscurecida, que al estudiarlas sentía un deleite que nunca antes me hubiera figurado que podría sacar de sus enseñanzas”.—Ibíd. 76, 77. CES 58.4
“Con la solemne convicción de que las Escrituras predecían el cumplimiento de tan importantes eventos en tan corto espacio de tiempo, surgió con fuerza en mi interior la cuestión de saber cuál era mi deber para con el mundo en vista de la evidencia que había conmovido mi propia mente”. Ibíd. 18. No pudo menos que sentir que era su deber impartir a otros la luz que había recibido. Esperaba encontrar oposición de parte de los impíos, pero estaba seguro de que todos los cristianos se gozarían en la esperanza de ir al encuentro del Salvador a quien profesaban amar. Su único temor era que en su gran júbilo por la perspectiva de la gloriosa liberación que debía cumplirse tan pronto, muchos recibiesen la doctrina sin examinar lo suficiente las Escrituras para ver si era la verdad. De aquí que vacilara en presentarla, por temor de estar errado y de hacer descarriar a otros. Esto lo indujo a revisar las evidencias que apoyaban las conclusiones a que había arribado, y a considerar cuidadosamente cualquiera dificultad que se presentase a su mente. Encontró que las objeciones se desvanecían ante la luz de la Palabra de Dios como la neblina ante los rayos del sol. Los cinco años que dedicó a esos estudios le dejaron enteramente convencido de lo correcto de su posición. CES 59.1
El deber de hacer conocer a otros lo que él creía estar tan claramente enseñado en las Escrituras se le impuso entonces con nueva fuerza... CES 59.2
Empezó a presentar sus ideas en privado siempre que se le ofrecía la oportunidad, rogando que algún ministro sintiese la fuerza de ellas y se dedicase a proclamarlas. Pero no podía librarse de la convicción de que tenía un deber personal que cumplir dando la advertencia. De continuo se presentaban a su mente las palabras: “Anda y anúncialo al mundo; su sangre demandaré de tu mano”. Esperó nueve años, y la carga continuaba pesando sobre su alma, hasta que en 1831 expuso por primera vez en público las razones de su fe... CES 59.3