No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. 1 Juan 2:15. ELC 169.1
Los que pretenden conocer la verdad y comprender la gran obra que debe hacerse en este tiempo deben consagrarse a Dios en alma, cuerpo y espíritu. En el corazón, en la vestimenta, en el lenguaje, en todo respecto deben estar apartados de las modas y prácticas del mundo. Deben ser un pueblo peculiar y santo. No es su vestimenta lo que los hace peculiares, sino porque ellos son un pueblo peculiar y santo, no pueden llevar las señales de la semejanza al mundo... ELC 169.2
Muchos que se creen estar yendo al cielo, están cegados por el mundo. Sus ideas de lo que constituye una religión y una disciplina religiosas son vagas... Hay muchos que no tienen esperanza inteligente y están corriendo un grave riesgo al practicar las mismas cosas que Jesús enseñó que no debían hacer en comer, beber, vestir y atarse con el mundo en una variedad de formas. Todavía deben aprender la seria lección tan importante para el crecimiento en espiritualidad, de salir del mundo y estar separados. ELC 169.3
El corazón está dividido, la mente carnal apetece la conformidad, la similitud al mundo en tantas maneras que la señal de distinción del mundo apenas puede verse. El dinero, el dinero de Dios, se gasta para dar una apariencia según las costumbres del mundo; la experiencia religiosa está contaminada con mundanalidad, y la evidencia del discipulado—la semejanza a Cristo en abnegación y en llevar la cruz—no es discernible para el mundo o por el universo del cielo.—Manuscrito 8, 1894. ELC 169.4
[La separación del mundo] no es la obra de un momento o de un día; no se hace inclinándose en el altar familiar ofreciendo un servicio nominal... Es la obra de toda una vida. El amor a Dios debe ser un principio viviente que fundamente cada palabra, acto y pensamiento.—The Review and Herald, 23 de octubre de 1888. ELC 169.5