No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar; en entenderme y conocerme. Jeremías 9:23, 24. RJ 306.1
Una vez recibida la fe del Evangelio, la siguiente tarea del creyente consiste en añadir virtud a su carácter y así limpiar el corazón y preparar la mente para la recepción del conocimiento de Dios. Este conocimiento es el fundamento de toda verdadera educación y de todo verdadero servicio. Es la única auténtica salvaguardia contra la tentación; y solamente eso puede asemejarnos al carácter de Dios. Por medio del conocimiento de Dios y de su Hijo Jesucristo, se imparte al creyente “todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad”. 2 Pedro 1:3. Ningún buen don se niega al que sinceramente desea obtener la justicia de Dios. RJ 306.2
“Y esta es la vida eterna—dijo Cristo—: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”Juan 17:3. Y el profeta Jeremías declaró:... “Yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra; porque estas cosas quiero, dice Jehová”. Jeremías 9:24. Difícilmente puede la mente humana entender la anchura, la profundidad y la altura de las cimas espirituales a que llega el que obtiene este conocimiento. RJ 306.3
Nadie necesita dejar de alcanzar, en su esfera, la perfección de un carácter cristiano. Por medio del sacrificio de Cristo se ha hecho provisión para que el creyente reciba todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad. Dios nos invita a que alcancemos la norma de la perfección y nos pone como ejemplo el carácter de Cristo. En su humanidad, perfeccionada por una vida de constante resistencia al mal, el Salvador demostró que al cooperar con la Divinidad, los seres humanos pueden alcanzar en esta vida la perfección del carácter. Esta es la seguridad que Dios nos da de que nosotros también podemos obtener una victoria completa. RJ 306.4
Delante del creyente se extiende la maravillosa posibilidad de llegar a ser semejantes a Cristo, obedientes a todos los principios de la ley... La santidad que según la Palabra de Dios debe manifestar antes de ser salvo, es el resultado de la obra de la gracia divina, a medida que se somete a la disciplina y a las influencias refrenadoras del Espíritu de verdad. La obediencia del hombre sólo puede ser perfecta gracias al incienso de la justicia de Cristo, que satura de fragancia divina cada acto de obediencia. La parte que le toca a cada cristiano consiste en perseverar en la lucha para vencer toda debilidad de carácter. Debe orar constantemente al Salvador para que sane las dolencias de su alma enferma de pecado. No tiene la sabiduría ni la fuerza para vencer por sí solo; pertenecen al Señor, y El las confiere a los que buscan su ayuda humildes y contritos.—Los Hechos de los Apóstoles, 438, 439. RJ 306.5