En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos. 1 Juan 3:16. RJ 309.1
Después de la ascensión de Cristo, Juan se destacó como fiel y ardoroso obrero del Maestro... Disfrutó del derramamiento del Espíritu Santo... y con renovado celo y poder continuó impartiendo a la gente las palabras de vida, procurando dirigir sus pensamientos hacia el Invisible. Era un predicador poderoso, ferviente y profundamente sincero. Con hermoso lenguaje y con voz musical se refería a las palabras y las obras de Cristo, y hablaba en una forma que impresionaba los corazones de los que lo escuchaban. La sencillez de sus palabras, el poder sublime de la verdad que proclamaba, y el fervor que caracterizaban sus enseñanzas, le daban acceso a todas las clases sociales. RJ 309.2
La vida del apóstol concordaba con lo que enseñaba. El amor de Cristo que ardía en su corazón lo indujo a realizar una fervorosa e incansable labor en favor de sus semejantes, especialmente por sus hermanos en la iglesia cristiana. RJ 309.3
Cristo había ordenado a los primeros discípulos que se amaran los unos a los otros como El los había amado. De ese modo debían dar testimonio ante el mundo de que Cristo, la esperanza de gloria, se había formado en ellos. “Un mandamiento nuevo os doy—había dicho—: Que os améis unos a otros”Juan 13:34. Cuando se pronunciaron estas palabras, los discípulos no las pudieron entender; pero después de presenciar los sufrimientos de Cristo, después de su crucifixión, resurrección y ascensión al cielo, y después que el Espíritu Santo descendió sobre ellos en el Pentecostés, tuvieron un concepto más claro del amor de Dios y de la naturaleza del amor que debían manifestar el uno por el otro... RJ 309.4
Después que descendió el Espíritu Santo, cuando los discípulos salieron a proclamar al Salvador viviente, su único deseo era la salvación de las almas. Se regocijaban en la dulzura de la comunión con los santos. Eran comprensivos, considerados, abnegados, dispuestos a hacer cualquier sacrificio por causa de la verdad. En su diaria relación mutua, revelaban el amor que Cristo les había enseñado. Por medio de palabras y hechos desinteresados, se esforzaban por encender ese mismo amor en otros corazones. RJ 309.5
Los creyentes habían de albergar siempre ese amor. Tenían que avanzar en obediencia voluntaria al nuevo mandamiento. Debían estar tan íntimamente unidos a Cristo, al punto de poder cumplir todos sus requerimientos. Sus vidas debían manifestar el poder de un Salvador que podía justificarlos por medio de su justicia.—Los Hechos de los Apóstoles, 451, 452. RJ 309.6