La idea del matrimonio parece tener un poder hechizante sobre la mente de muchos jóvenes. Dos personas llegan a conocerse, se enamoran ciegamente y cada una absorbe la atención de la otra. Se oscurece la razón y se depone el buen criterio. No quieren someterse a ningún consejo ni gobierno, sino que insisten en hacer su voluntad, indiferentes a las consecuencias. MJ 322.2
El engreimiento que los posee es como una epidemia o contagio que tiene que seguir su curso, y no parece haber forma de detener las cosas. Quizás haya entre los que los rodean quienes se den cuenta de que si los interesados se unen en matrimonio serán desgraciados toda la vida. Pero son vanos los ruegos y las exhortaciones. Tal vez se aminore y destruya por tal unión la utilidad de uno a quien Dios bendeciría en su servicio, pero el razonamiento y la persuasión son igualmente desatendidos. MJ 322.3
Ningún efecto tiene lo que puedan decir los hombres y las mujeres de experiencia; es impotente para cambiar la decisión a la cual los han conducido sus deseos. Pierden el interés en la reunión de oración y en todo lo que pertenece a la religión. Están cegados mutuamente y descuidan los deberes de la vida, como si fueran asuntos de poca importancia. Noche tras noche estos jóvenes queman el aceite de medianoche hablando, ¿acaso de cosas de interés solemne? ¡Oh, no! De cosas frívolas, sin ninguna importancia. MJ 322.4