Si los hombres y las mujeres tienen el hábito de orar dos veces al día antes de pensar en el matrimonio, deberían orar cuatro veces diarias cuando tienen en vista semejante paso. El matrimonio es algo que influirá en su vida y la afectará tanto en este mundo como en el venidero. El cristiano sincero no llevará adelante sus planes en este sentido sin el conocimiento de que Dios aprueba su conducta. No querrá escoger por sí mismo, sino sentirá que Dios debe escoger por él. No nos hemos de complacer a nosotros mismos, pues Cristo no lo hizo. No quisiera que se entienda que hay que casarse con quien uno no ama. Esto sería un pecado. Pero no se debería permitir que la imaginación y la naturaleza emotiva conduzcan a la ruina. Dios requiere el corazón entero, los afectos supremos. MJ 324.4
La mayoría de los matrimonios de nuestra época, y la forma en que se los realiza, hace de ellos una de las señales de los últimos días. Los hombres y las mujeres son tan persistentes, tan tercos, que Dios es dejado fuera del asunto. La religión es dejada a un lado como si no tuviera parte que representar en esta cuestión solemne e importante. Pero a menos que los que profesan creer en la verdad sean santificados por ella, exaltados en pensamiento y carácter, estarán ante Dios en una condición menos favorable que el pecador que nunca ha sido iluminado respecto a sus demandas.—The Review and Herald, 25 de septiembre de 1888. MJ 325.1