Sobre cada estudiante debe fijarse la idea de que la educación es un fracaso a menos que la mente haya aprendido a apoderarse de las verdades de la revelación divina, y a menos que el corazón acepte las enseñanzas del evangelio de Cristo. El estudiante que en lugar de los grandes principios de la Palabra de Dios acepte ideas comunes y permita que se absorba su tiempo y atención con asuntos vulgares y triviales, encontrará que su mente se empequeñecerá y debilitará; perderá la capacidad de crecer. La mente ha de ser educada para comprender las importantes verdades que conciernen a la vida eterna.—Carta 64, 1909. 1MCP 203.1