El educador sabio, al tratar con sus alumnos, procurará estimular la confianza y fortalecer el sentido del honor. La confianza que se tiene en los jóvenes y niños los beneficia. Muchos, hasta entre los pequeños, tienen un elevado concepto del honor; todos desean ser tratados con confianza y respeto y tienen derecho a ello. No hay que hacerlos sentir que no pueden salir o entrar sin que se los vigile. La sospecha desmoraliza y produce los mismos males que trata de impedir. En vez vigilar continuamente, como si sospecharan el mal, los maestros que están en contacto con sus alumnos se darán cuenta de las actividades de una mente inquieta y pondrán en juego influencias que contrarresten el mal. Hay que hacer sentir a los jóvenes que se les tiene confianza y pocos serán los que no traten de mostrarse dignos de ella.—La Educación, 289, 290 (1903). 1MCP 204.4