Cuando el yo se oculta en Cristo, brota espontáneamente el verdadero amor. No es una emoción o un impulso sino una decisión de una voluntad santificada. No consiste en un sentimiento sino en la transformación de todo el corazón, el alma y el carácter, los cuales están muertos al yo y vivos para Dios. Nuestro Señor y Salvador nos pide que nos entreguemos a Él. Entregar el yo a Dios es todo lo que nos pide, darnos a él para que nos use como lo vea conveniente. Hasta que no lleguemos a este punto de sumisión, no trabajaremos con alegría, utilidad ni éxito en ninguna parte.—The S.D.A. Bible Commentary 6:1100, 1101 (1898). 1MCP 212.2