Un supremo amor a Dios y un amor abnegado hacia nuestros semejantes, es el mejor don que nuestro Padre celestial puede conferirnos. Tal amor no es un impulso, sino un principio divino, un poder permanente. El corazón no consagrado no puede originarlo ni producirlo. Solamente se encuentra en el corazón en que reina Jesús. “Nosotros lo amamos a él, porque él nos amó primero”. 1 Juan 4:19. En el corazón renovado por la gracia divina, el amor es el principio de acción dominante.—Los Hechos de los Apóstoles, 455 (1911). 1MCP 212.3