Si la madre se ve privada del cuidado y de las comodidades que merece, si se le permite que agote sus fuerzas con el recargo de trabajo o con las congojas y tristezas, sus hijos se verán a su vez privados de la fuerza vital, de la adaptabilidad mental y del espíritu siempre alegre que debieron heredar. Mucho mejor será alegrar animosamente la vida de la madre, evitarle la penuria, el trabajo agotador y los afanes deprimentes, a fin de conseguir que los hijos hereden una buena constitución, que les permita pelear las batallas de la vida con sus propias fuerzas.—El Ministerio de Curación, 290, 291 (1905). 1MCP 142.5