Mas lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo. Gálatas 6:14. NEV 48.1
Quitar la cruz al cristiano, es como borrar el sol que ilumina el día, y quitar la luna y las estrellas del firmamento por la noche. La cruz de Cristo nos conduce más cerca de Dios, reconcilia al hombre con Dios, y a Dios con el hombre. El Padre contempla la cruz, los sufrimientos que ha dado a su Hijo, a fin de salvar a la humanidad de su desesperada condición, y de conducir al hombre hacia sí mismo. La contempla con la tierna compasión del amor de un padre. Casi se ha perdido de vista la cruz, pero sin la cruz no hay relación con el Padre, no hay unidad con el Cordero en el medio del trono del cielo, no hay una recepción de bienvenida a los errantes que quieran volver al olvidado camino de la justicia y la verdad, no hay esperanza para el transgresor en el día del juicio. Sin la cruz no hay un medio provisto para vencer el poder de nuestro poderoso enemigo. Toda esperanza de la humanidad pende de la cruz.—Manuscrito 58, 1900. NEV 48.2
Cuando el pecador alcanza la cruz, y contempla a Aquel que murió para salvarlo, debe regocijarse con plenitud de gozo; porque sus pecados son perdonados. Arrodillándose junto a la cruz, ha alcanzado el lugar más alto al que un hombre puede llegar. La luz del conocimiento de la gloria de Dios es revelada en el rostro de Jesucristo; y él pronuncia estas palabras de perdón: “Vivid, vosotros pecadores, vivid. Vuestro arrepentimiento es aceptado; porque yo he encontrado un rescate”. NEV 48.3
Mediante la cruz aprendemos que nuestro Padre celestial nos ama con un amor infinito y perdurable, y nos acerca hacia él con una simpatía mayor que la de una madre anhelosa por un hijo descarriado. ¿Puede extrañarnos el que Pablo haya exclamado: “Lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo”? También es nuestro privilegio gloriarnos en la cruz del Calvario, es nuestro privilegio darnos plenamente a Aquel que se dió a sí mismo por nosotros. Entonces, con la luz del amor que brilla desde su rostro sobre nosotros, saldremos para reflejarla sobre aquellos que viven en tinieblas.—The Review and Herald, 29 de abril de 1902. NEV 48.4