La misma sangre expiará la persona. Levítico 17:11. NEV 49.1
Cristo fué el Cordero muerto desde la fundación del mundo. Para muchos ha sido un misterio el que se necesitaran tantas ofrendas de sacrificio en la antigua dispensación, el por qué tantas víctimas sangrantes fueron llevadas al altar. Pero la gran verdad que debía mantenerse delante de los hombres, e imprimirse en su mente y corazón, era ésta: “Sin derramamiento de sangre, no se hace remisión”. Hebreos 9:22. En cada sacrificio sangrante estaba simbolizado el “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Juan 1:29. Cristo mismo fué el originador del sistema de culto judío, en el cual mediante símbolos, se exponían las cosas espirituales y celestiales. ... NEV 49.2
Actualmente vivimos en un tiempo cuando el símbolo ha encontrado su realidad en la ofrenda de Cristo por los pecados del mundo; estamos viviendo en un día de luz abundante, y sin embargo, cuán pocos se benefician con la grandiosa e importante verdad de que Cristo ha realizado un amplio sacrificio para todos. En la ofrenda que Cristo hizo de sí mismo, satisfizo toda la justicia requerida, y “¿cómo escaparemos nosotros, si tuviéremos en poco una salud tan grande?”. Hebreos 2:3. Aquellos que rechazan el don de la vida no tendrán excusa.—The Signs of the Times, 2 de enero de 1893. NEV 49.3
Gracias a Dios que Aquel que derramó su sangre por nosotros, vive para defenderla, vive para hacer una intercesión por cada alma que lo recibe. “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para que nos perdone nuestros pecados, y nos limpie de toda maldad”. 1 Juan 1:9. La sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado. Tiene un lenguaje mejor que la sangre de Abel, porque Cristo está vivo para interceder por nosotros. Siempre necesitamos mantener delante de nosotros la eficacia de la sangre de Jesús. Esa sangre que limpia la vida y la sostiene, de la cual podemos apropiarnos por la fe viva, es nuestra esperanza. Nuestro aprecio de su inestimable valor debe ir en aumento continuo, porque habla por nosotros únicamente cuando, mediante la fe, reclamamos su virtud, manteniendo la conciencia limpia y en paz con Dios. Se la representa como la sangre paradójica, inseparablemente unida con la resurrección y la vida de nuestro Redentor, ilustrada por la corriente que no cesa de fluir y que procede del trono de Dios, el agua del río de la vida.—Carta 87, 1894. NEV 49.4