No debemos cansarnos ni desmayar. Sería una terrible pérdida permutar la gloria perdurable por la comodidad, la conveniencia y el placer, o por las complacencias carnales. Un premio de la mano de Dios aguarda al vencedor. Ninguno de nosotros lo merece; es gratuito de su parte. Este don será admirable y glorioso, pero recordemos que “una estrella difiere de otra en gloria.” Pero mientras se nos insta a luchar por la victoria, pongámonos por blanco, con el poder de Jesús, obtener una corona cargada de estrellas. “Y los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan a justicia la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad.”—The Review and Herald, 25 de octubre de 1881. SC 137.2