Se requiere que cada hombre realice la obra que Dios le ha señalado. Deberíamos estar dispuestos a prestar servicios pequeños, a llevar a cabo las cosas que deben hacerse, las cuales alguien debe realizar, y a utilizar las oportunidades insignificantes. Si éstas constituyen las únicas oportunidades a nuestro alcance, de todos modos deberíamos trabajar fielmente. El que pierde las horas, los días y las semanas, porque no está dispuesto a llevar a cabo el trabajo que se le presenta, por humilde que éste sea, será llamado a rendir cuenta a Dios por su tiempo malgastado. Si piensa que no debe hacer nada porque no se le paga la remuneración que desea, haga un alto y piense que aquel día es el día del Señor. El es un siervo del Señor. No debe desperdiciar su tiempo. Debería pensar: “Emplearé ese tiempo en hacer algo útil, y daré todo lo que gane para promover la obra de Dios. No seré contado entre los perezosos”. 2MS 206.1
Cuando una persona ama a Dios sobre todas las cosas y a su prójimo como a sí mismo, no se detendrá a preguntarse si aquello que puede hacer está produciendo entradas escasas o abundantes. Hará el trabajo y aceptará la remuneración que se le ofrezca. No dará un mal ejemplo al rechazar un trabajo porque no puede contar con un sueldo tan elevado como el que piensa que debería recibir. 2MS 206.2
El Señor juzga el carácter de una persona a través de los principios que rigen su trato con sus semejantes. Si en las transacciones comerciales comunes utiliza principios defectuosos, utilizará los mismos en su servicio espiritual prestado a Dios. Los hilos están entretejidos en toda su vida religiosa. Si tenéis demasiada dignidad para trabajar para vosotros mismos por una remuneración reducida, entonces trabajad para el Maestro; entregad lo que recibáis a la tesorería del Señor. Dad una ofrenda de gratitud a Dios por conservaros la vida. Pero por ningún motivo estéis ociosos (Manuscrito 156, 1897). 2MS 206.3