Hay muchas cosas que necesitan ajustarse, y que lo serán si nos adherimos estrictamente a los principios. Se me dieron instrucciones especiales concernientes a nuestros ministros. No es la voluntad de Dios que ellos procuren llegar a ser ricos. No deberían comprometerse con empresas mundanales, porque esto los descalifica para dedicar sus mejores capacidades a las cosas espirituales. Sin embargo, deberían recibir sueldos suficientes para sostenerse a sí mismos y a sus familias. No debería recargárselos hasta el punto de no poder atender debidamente la iglesia que está en sus propios hogares. Tienen el deber de enseñar a sus hijos, tal como lo hizo Abrahán, a acatar la voluntad del Señor y a obrar con justicia y juicio... 2MS 213.3
Que los ministros y los maestros recuerden que Dios los ha hecho responsables de cumplir sus cargos en la forma mejor que lo permitan sus habilidades, y que dediquen a su trabajo sus mejores facultades. No deben asumir deberes que estén en conflicto con la obra que Dios les ha encomendado. Cuando los ministros y los maestros, oprimidos constantemente por la carga de la responsabilidad financiera, van al púlpito o a la sala de clase cansados y molestos, con el cerebro recargado y los nervios en tensión, ¿qué otra cosa podría esperarse sino que se emplee fuego profano en lugar del fuego sagrado encendido por Dios? El esfuerzo excesivo perjudica al orador y frustra a los oyentes. No ha tenido tiempo para buscar al Señor, ha carecido de la oportunidad para buscar con fe la unción del Espíritu Santo. ¿No cambiaremos este modo de trabajar? (Manuscrito 101, 1902). 2MS 214.1