Cuando la causa era más joven, mi esposo acostumbraba a tomar consejo con hombres que tenían sano juicio. La obra era mucho más pequeña entonces de lo que es ahora, pero él no se creía capaz de manejarla solo. Elegía consejeros de entre aquellos que llevaban responsabilidades en todas las ramas de la obra. Y después de aconsejarse mutuamente, estos hombres regresaban a su trabajo sintiendo una responsabilidad aún mayor de hacer progresar la causa en los ramos correctos, para elevar, purificar y solidificar, de tal suerte que la causa de Dios avanzara con fortaleza.—Manuscrito 43, 1901. 3MS 26.4