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La Historia de la Redención

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    Días de peligro

    Eran días de peligro para la iglesia de Cristo. Los fieles portaestandartes eran pocos ciertamente. Aunque la verdad no quedó sin testigos, había momentos cuando parecía que el error y la superstición prevalecerían por completo, y la verdadera religión sería erradicada de la tierra. Se perdió de vista el Evangelio, pero en cambio las formas de la religión se multiplicaron, y la gente recibía la carga de rigurosas exacciones.HR 348.2

    No sólo se les enseñó que recurrieran al papa como mediador, sino también a confiar en sus propias obras para expiar sus pecados. Largos peregrinajes, actos de penitencia, el culto a las reliquias, la construcción de iglesias, capillas y altares, el pago de grandes sumas a la iglesia, éstos y muchos actos similares se fomentaban para apaciguar la ira de Dios u obtener su favor. ¡Como si Dios fuera hombre, que se enojara por nimiedades o a quien se puede pacificar con ofrendas y penitencias!HR 349.1

    Los siglos subsiguientes fueron testigos de un constante aumento del error en las doctrinas enseñadas por Roma. Aun antes del establecimiento del papado las enseñanzas de los filósofos paganos habían recibido la atención de la iglesia y habían ejercido influencia sobre ella. Muchos que profesaban estar convertidos seguían aferrados a sus dogmas paganos, y no sólo continuaban estudiándolos ellos mismos, sino que instaban a otros a hacerlo como un medio de ejercer más influencia sobre los paganos. De ese modo se introdujeron graves errores en la fe cristiana. Entre ellos sobresale la creencia en la inmortalidad natural del hombre y en el estado consciente de los muertos. Esta doctrina constituye el fundamento sobre el cual Roma estableció la invocación de los santos y la adoración de la Virgen María. De ella surgió también la doctrina errónea del tormento eterno para los que finalmente resulten impenitentes, que fue incorporada bien al principio de la fe católica.HR 349.2

    Después se preparó el camino para la introducción de otra invención pagana, que Roma denominó purgatorio, y que se empleó para aterrorizar a las multitudes crédulas y supersticiosas. Mediante ese error se afirma la existencia de un lugar de tormento en el cual las almas de los que no han merecido la condenación eterna sufrirán un castigo por sus pecados, después del cual, una vez librados de toda impureza, serán admitidos en el cielo.HR 350.1

    Otra invención más se necesitaba para que Roma pudiera aprovecharse de los temores y vicios de sus adherentes. Fue provista por la doctrina de las indulgencias. Se prometía total remisión de pecados, pasados, presentes y futuros, y la liberación de todas las sanciones y penalidades en que se incurriera, a los que se alistaban en las guerras del pontífice para extender sus dominios temporales y castigar a sus enemigos, o para exterminar a los que se atrevían a negar su supremacía espiritual. También se enseñó a la gente que mediante el pago de ciertas sumas de dinero a la iglesia podía librarse del pecado y salvar también las almas de sus amigos fallecidos que se encontraban confinados en medio de las llamas del tormento. Mediante esos procedimientos Roma llenó sus cofres y sostuvo la magnificencia, el lujo y el vicio de los pretendidos representantes del que no tenía dónde reclinar la cabeza.HR 350.2

    El rito bíblico de la Cena del Señor fue reemplazado por el sacrificio de la misa. Los sacerdotes católicos pretendían que mediante sus ceremonias podían convertir el pan y el vino en el verdadero cuerpo y la verdadera sangre de Cristo. Con presunción pretendían disponer abiertamente de poder para “crear a su Creador”. Se requería que todos los cristianos, so pena de muerte, manifestaran su aceptación de ese terrible error que ofende al cielo. Los que rehusaban eran entregados a las llamas.HR 350.3

    El mediodía del papado fue la medianoche espiritual del mundo. Las Sagradas Escrituras eran casi desconocidas, no sólo por la gente, sino por los sacerdotes también. Tal como los fariseos de la antigüedad, los dirigentes católicos aborrecían la luz que habría puesto en evidencia sus pecados. Con la ley de Dios—la norma de la justicia—fuera de quicio, ejercieron un poder ilimitado, y practicaron el vicio sin restricción alguna. Prevalecían el fraude, la avaricia y la lascivia. No había crimen que no se cometiera para obtener riquezas o escalar posiciones. Los palacios de los papas y los prelados eran escenarios del libertinaje más degradante. Algunos de los pontífices reinantes cometieron crímenes tan repugnantes que los gobernantes seculares trataron de deponer a esos dignatarios de la iglesia como monstruos demasiado viles para ser tolerados sobre el trono. Por siglos no progresaron la ciencia, las artes ni la civilización. Una parálisis moral e intelectual se apoderó de la cristiandad.HR 351.1

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