Las mujeres al pie de la cruz
Cuando Jesús pareció expirar ante el peso de la cruz, muchas mujeres, aun aquellas que no creían en él, se angustiaron por sus sufrimientos y comenzaron a llorar y lamentarse. Al revivir de su agotamiento, Cristo las miró con tierna compasión. Sabía que no se lamentaban porque era el enviado de Dios, sino por motivos humanitarios. Dirigiéndose a las llorosas mujeres les dijo: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos”. Lucas 23:28.HD 62.4
Jesús no despreció sus lágrimas; por el contrario, se despertó en su propio corazón una profunda compasión hacia ellas. Olvidó su propia aflicción y comenzó a contemplar el futuro destino de Jerusalén. Hacía pocas horas que el pueblo había gritado, “Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos”. Mateo 27:25. Pronto comprenderían cuán ciegamente habían invocado el aciago destino que les esperaba. Muchas de aquellas mismas mujeres que lloraban y se lamentaban por Cristo, iban a perecer con sus hijos durante el sitio de Jerusalén.—The Spirit of Prophecy 3:151 (1878).HD 63.1
Las mujeres que habían venido de Galilea permanecieron con Juan, el discípulo, para ver qué se dispondría acerca del cuerpo de Jesús; cuerpo que consideraban muy precioso a pesar de que sus esperanzas de que él fuera el Mesías prometido habían perecido con él [...]. Las mujeres se sorprendieron al ver que José [de Arimatea] y Nicodemo, ricos y respetados miembros del Concilio, estuvieran tan interesados y ansiosos como ellas, de que se dispusiera correctamente del cuerpo de Jesús.—The Spirit of Prophecy 3:174-175 (1878).HD 63.2