La esposa del predicador
El ministro recibe paga por su trabajo, y así debe ser. Y si el Señor da a la esposa, así como al esposo la carga de trabajar, y ella dedica su tiempo y fuerza a visitar las familias y abrirles las Escrituras, aunque las manos de la ordenación no le hayan sido impuestas, está haciendo una obra que pertenece al ministerio. Entonces ¿deben tenerse por inútiles sus labores?OE 467.3
Se ha cometido a veces una injusticia para con mujeres que trabajan con tanta consagración como sus esposos, y que son reconocidas por Dios como necesarias para la obra del ministerio. El método de pagar a los obreros varones, y de no pagar a sus esposas que participan de sus labores, no es un plan conforme al mandato del Señor, y si se lleva a cabo en nuestras asociaciones, se corre el riesgo de desanimar a nuestras hermanas en cuanto a calificarse para la obra en la cual deben trabajar. Dios es un Dios de justicia, y si los ministros reciben salario por su trabajo, sus esposas, que se dedican a la obra tan desinteresadamente como ellos, deben recibir su paga en adición al sueldo que perciben sus esposos, aun cuando no lo pidan.OE 468.1
Los adventistas del séptimo día no deben de ninguna manera despreciar la obra de la mujer. Si una mujer confía el trabajo de su casa a una ayudante fiel y prudente, y deja a sus niños bajo buen cuidado, mientras ella trabaja en la obra, la asociación debe tener bastante sabiduría para comprender que es justo que reciba salario.OE 468.2
El Señor tiene una obra que hacer tanto para las mujeres como para los hombres. Ellas pueden hacer una buena obra para Dios si aprenden antes en la escuela de Cristo la preciosa e importantísima lección de la mansedumbre. No sólo deben llevar el nombre de Cristo, sino poseer su Espíritu. Deben andar como él anduvo, purificando sus almas de toda contaminación. Entonces podrán beneficiar a otros presentando la plena suficiencia de Jesús.—Testimonies for the Church 6:117.OE 468.3