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Testimonios para la Iglesia, Tomo 1

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    Nuestro deber para con los pobres

    Muchas veces se hacen preguntas referentes a nuestro deber con los pobres que aceptan el tercer mensaje; y nosotros mismos hemos deseado durante mucho tiempo saber cómo tratar con discreción los casos de familias pobres que aceptan el sábado. Pero mientras me hallaba en Roosevelt, Estado de Nueva York, el 3 de agosto de 1861, me fueron mostradas algunas cosas respecto a los pobres.1TPI 246.2

    Dios no requiere de nuestros hermanos que se hagan cargo de cada familia pobre que acepta este mensaje. Si lo hicieran, los predicadores dejarían de entrar en nuevos campos porque los fondos se agotarían. Muchos son pobres por falta de diligencia y economía. No saben usar correctamente sus recursos.1TPI 247.1

    Si se les ayudase, ello los perjudicaría. Algunos serán siempre pobres. Con tener las mejores ventajas, sus casos no mejorarían No saben calcular y gastarían todos los recursos que podrían obtener, fuesen muchos o pocos. No saben negarse ciertas cosas y economizar para evitar deudas y ahorrar algo para los tiempos de necesidad. Si la iglesia ayudase a los tales, en vez de dejarlos confiar en sus propios recursos, los perjudicaría al final; porque confían en la iglesia y esperan recibir ayuda de ella, y no practican la abnegación y economía cuando están bien provistos. Y si no reciben ayuda cada vez, Satanás los tienta, se ponen celosos y se erigen en conciencia de sus hermanos, pues temen que éstos dejarán de sentir su deber para con ellos. Ellos mismos son los que cometen el error. Están engañados. No son los pobres del Señor.1TPI 247.2

    Las instrucciones dadas en la Palabra de Dios con referencia a ayudar a los pobres no se aplican a tales casos, sino a los infortunados y afligidos. En su providencia, Dios ha afligido a ciertas personas para probar a otras. En la iglesia hay viudas e inválidos para bendición de la iglesia. Forman parte de los medios que Dios ha elegido para desarrollar el verdadero carácter de los que profesan seguir a Cristo, y para hacerles ejercer los preciosos rasgos de carácter de nuestro compasivo Redentor.1TPI 247.3

    Muchos que apenas pueden vivir cuando están solteros, deciden casarse y criar una familia, cuando saben que no tienen con qué sostenerla. Y lo peor es que no tienen ningún gobierno de su familia. Todo su comportamiento en la familia se caracteriza por hábitos de negligencia. No ejercen ningún dominio sobre sí mismos, y son irascibles, impacientes e inquietos. Cuando los tales aceptan el mensaje, les parece que tienen derecho a la ayuda de sus hermanos más pudientes; y si no se satisfacen sus expectativas, se quejan de la iglesia, y la acusan de no vivir conforme a su fe. ¿Quiénes deben sufrir en este caso? ¿Se debe desangrar la causa de Dios y agotar su tesorería, para cuidar de sus familias pobres y numerosas? No. Los padres deben ser los que sufran. Por lo general, no sufrirán mayor escasez después de aceptar el sábado que antes.1TPI 247.4

    Hay entre algunos de los pobres un mal que por cierto provocará su ruina a menos que lo venzan. Abrazaron la verdad apegados a costumbres groseras e incultas, y necesitan cierto tiempo para darse cuenta de su rusticidad y comprender que ella no está de acuerdo con el carácter de Cristo. Consideran orgullosos a los más ordenados y refinados, y a menudo se les oye decir: “La verdad nos pone a todos en el mismo nivel”. Pero es un grave error pensar que la verdad rebaja a quien la recibe. Lo eleva, refina sus gustos, santifica su criterio, y si se vive conforme a ella, lo hace a uno cada vez más idóneo para gozar de la sociedad de los santos ángeles en la ciudad de Dios. La verdad está destinada a elevarnos a todos a un alto nivel. Los más pudientes deben actuar siempre noble y generosamente con los hermanos más pobres; han de darles también buenos consejos, y luego dejarles pelear las batallas de la vida. Pero me fue mostrado que la iglesia tiene el deber solemnísimo de cuidar especialmente de las viudas, huérfanos e inválidos indigentes. 1TPI 248.1

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