Capítulo 28—Pablo ante Nerón
Cuando Pablo recibió el aviso de comparecer ante Nerón para la vista de su causa, tenía ante sí la perspectiva de una muerte segura. La grave índole del crimen que se le imputaba y la prevaleciente animosidad contra los cristianos dejaban pocas esperanzas de éxito favorable.2TS 166.1
Sin dinero ni amigos ni consejeros, el anciano apóstol compareció ante Nerón, cuyo aspecto revelaba las vergonzosas pasiones que en su interior rebullían, mientras que el rostro del acusado reflejaba un corazón en paz con Dios. La vida de Pablo lo había sido de pobreza, abnegación y sufrimiento. A pesar de las constantes falsedades, vituperios y maltrato con que sus enemigos habían procurado intimidarlo, mantuvo él impávidamente enhiesto el estandarte de la Cruz. Como su Maestro, había peregrinado sin hogar propio, y vivido en beneficio de la humanidad. ¿Cómo podía el antojadizo, pasional y libertino tirano Nerón comprender ni estimar el carácter y motivos de este hijo de Dios?2TS 166.2
El amplio salón estaba lleno de una turba ansiosa e inquieta que se apretujaba hacia adelante para ver y oir cuanto sucediese. Altos y bajos, ricos y pobres, letrados e ignorantes, altivos y humildes, todos estaban allí destituidos del verdadero conocimiento del camino de vida y salvación.2TS 166.3
Los judíos levantaron contra Pablo las viejas acusaciones de sedición y herejía; y tanto judíos como romanos le inculpaban de haber instigado el incendio de la ciudad. Pablo escuchó estos cargos con imperturbable serenidad. Los jueces y el público le miraban sorprendidos. Habían presenciado muchas vistas de proceso y observado a muchos criminales; pero nunca vieron un procesado que denotara tan santa tranquilidad como el que tenían delante. La sagaz mirada de los jueces, acostumbrados a leer en el semblante de los reos, indagaba vanamente en el rostro de Pablo alguna prueba de culpabilidad. Cuando se le concedió la palabra para hablar en defensa propia, todos escucharon con vivísimo interés.2TS 166.4
Una vez más tuvo Pablo ocasión de izar ante una admirada muchedumbre la bandera de la Cruz. Al contemplar a los circunstantes, entre los que había judíos, griegos, romanos y extranjeros de muchos países, el alma de Pablo se conmovió con un intenso anhelo de su salvación. Olvidóse entonces de la prueba en que se hallaba, no vió los peligros que le circuían ni el terrible destino que le aguardaba. Sólo vió a Jesús, el Mediador, abogando ante Dios en favor de los pecadores. Con sobrehumana elocuencia y vigor expuso Pablo las verdades del evangelio. Representó a sus oyentes el sacrificio realizado en bien de la raza caída. Declaró que por la redención del hombre había sido pagado un rescate infinito, que le daba la posibilidad de compartir el trono de Dios. Añadió que la tierra está relacionada con el cielo por medio de ángeles mensajeros, y que todas las acciones buenas o malas de los hombres están bajo la mirada de la infinita Justicia.2TS 167.1
Tal fué el alegato del abogado de la verdad. Fiel entre los infieles, leal entre los desleales, se erguía como representante de Dios y su voz era voz del cielo. No tuvo temor ni tristeza ni desaliento en palabra ni obra.2TS 167.2
Sus palabras eran como un grito de victoria sobresaliente entre el fragor de la batalla. Declaró que la causa a que había dedicado su vida era la única causa que no podía fracasar. Aunque él pereciera, el evangelio no perecería. Dios vive y su verdad triunfará.2TS 167.3
Muchos de los que le contemplaron aquel día “vieron su rostro como el rostro de un ángel.” Nunca habían escuchado los circunstantes palabras como aquéllas. La verdad clara y convincente desbarataba el error. La luz alumbró el entendimiento de muchos que después siguieron alegremente sus rayos. Las verdades declaradas aquel día iban a conmover a las naciones y perdurar a través de todos los tiempos para influir en el corazón de la gente, aun cuando los labios que las pronunciaban iban a quedar silenciosos en la tumba del martirio.2TS 168.1
Nunca hasta entonces había oído Nerón la verdad como en aquella ocasión la oyera. Nunca se le había revelado de tal manera la enorme culpabilidad de su conducta. La luz del cielo penetró en los recovecos de su alma manchados por la culpa y aterrorizado tembló al pensamiento de un tribunal ante el cual él, dueño del mundo, habría finalmente de comparecer para recibir el justo castigo de sus obras. Temía Nerón al Dios del apóstol y no se atrevió a dictar sentencia contra Pablo, pues nadie había mantenido sus acusaciones. Un sentimiento de pavor restringió por algún tiempo su sanguinario espíritu.2TS 168.2
Por un momento se le abrió el cielo al culpable y empedernido Nerón, y su paz y pureza le parecieron apetecibles. En aquel momento se extendió sobre él, a pesar de todo, la invitación de misericordia. Pero sólo por un momento acogió el emperador la idea del perdón. Después mandó que volviesen a llevar a Pablo a la mazmorra, y al cerrarse la puerta tras el mensajero de Dios, se cerró también para siempre contra el emperador de Roma la puerta del arrepentimiento y la salvación eterna.2TS 168.3
Desde la sala del juicio, volvió Pablo al calabozo, comprendiendo que sólo había conseguido para sí un corto respiro. Sabía que sus enemigos no iban a cejar en su empeño hasta obtener su muerte. Pero también sabía que la verdad estaba triunfante por algún tiempo. Ya era de por sí una victoria haber proclamado al crucificado y resurrecto Salvador ante la numerosa multitud que le había escuchado. Aquel día había comenzado una obra que iba a prosperar y fortalecerse, sin que Nerón ni los demás enemigos de Cristo lograsen entorpecerla ni destruirla.2TS 169.1