Loading...
Larger font
Smaller font
Copy
Print
Contents

Testimonios Selectos Tomo 2

 - Contents
  • Results
  • Related
  • Featured
No results found for: "".
  • Weighted Relevancy
  • Content Sequence
  • Relevancy
  • Earliest First
  • Latest First
    Larger font
    Smaller font
    Copy
    Print
    Contents

    Capítulo 38—El santuario

    Se me mostró el amargo desaliento del pueblo de Dios por no ver a Jesús en la fecha señalada. No sabían porqué no había venido el Salvador, pues no veían prueba alguna de que no hubiese terminado el tiempo profético. Dijo el ángel: “¿Ha fallado la palabra de Dios? ¿Ha faltado Dios en cumplir sus promesas? No. Ha cumplido cuanto prometió. Jesús se ha levantado a cerrar la puerta del lugar santo del santuario celeste, y ha abierto una puerta en el lugar santísimo, entrando a purificar el santuario. Todos los que pacientemente esperan, comprenderán el misterio. El hombre se ha equivocado; pero no ha habido fracaso por parte de Dios. Todo cuanto Dios prometió se ha cumplido; pero el hombre creía equivocadamente que la tierra era el santuario que debía ser purificado al término de los períodos proféticos. Lo que ha fracasado es la expectación del hombre, no la promesa de Dios.”2TS 209.1

    Jesús envió sus ángeles a dirigir la atención de los desalentados hacia el lugar santísimo adonde él había ido para purificar el santuario y hacer expiación especial por Israel. Jesús les dijo a los ángeles que todos cuantos le hallaran comprenderían la obra que iba a efectuar. Vi que mientras Jesús estuviera en el santuario se desposaría con la Nueva Jerusalén, y una vez cumplida su obra en el lugar santísimo descendería a la tierra con regio poder para llevarse consigo las preciosas almas que hubiesen aguardado pacientemente su regreso.2TS 209.2

    Se me mostró lo que había ocurrido en el cielo al terminar en 1844 los períodos proféticos. Cuando Jesús concluyó su ministerio en el lugar santo, y cerró la puerta de este departamento, densas tinieblas envolvieron a quienes habían oído y rechazado los mensajes de su advenimiento y le perdieron de vista. Jesús se revistió entonces de preciosas vestiduras. Alrededor de la orla inferior de su manto ostentaba en alternada sucesión una campanilla y una granada. De sus hombros pendía un peto de primorosa labor. Al andar, refulgía el peto como los diamantes, agrandando unas letras que a modo de nombres estaban escritas o grabadas en el peto. En la cabeza llevaba algo que parecía una corona. Una vez que estuvo completamente revestido, le rodearon los ángeles y en un flamígero carro penetró tras el segundo velo.2TS 209.3

    Se me ordenó entonces que observara los dos departamentos del santuario celeste. La cortina que servía de puerta estaba descorrida y se me permitió entrar. En el primer departamento vi el candelabro de siete brazos, la mesa de los panes de la proposición, el altar de los perfumes y el incensario. Todos los objetos de este departamento parecían de oro purísimo y reflejaban la imagen de quien allí entraba. La cortina que separaba los dos departamentos era de diferentes materiales y colores con una hermosa orla en la que había figuras de oro labrado representando ángeles. El velo estaba levantado y yo miré al segundo departamento, donde vi un arca al parecer de oro finísimo. El borde que rodeaba la parte superior del arca era una hermosa labor en figura de coronas. En el arca estaban las tablas de piedra con los diez mandamientos.2TS 210.1

    Dos preciosos querubines, uno a cada lado del arca, desplegaban las alas sobre ella, tocándose uno con otro por encima de la cabeza de Jesús, situado ante el propiciatorio. Estaban los querubines cara a cara, pero mirando hacia el arca, en representación de toda la hueste angélica que contemplaba con interés la ley de Dios. Entre los querubines había un incensario de oro, y cuando las oraciones de los santos, ofrecidas con fe, subían a Jesús, y él las presentaba a su Padre, una fragante nube emanaba del incensario a manera de humo de bellísimos colores. Encima del sitio en donde Jesús estaba ante el arca, había un brillantísimo resplandor que no pude mirar. Parecía el trono de Dios. Cuando el incienso ascendía al Padre, el brillante esplendor bajaba del trono hasta Jesús y de él se derramaba sobre aquellos cuyas plegarias habían subido como suave incienso. La luz fluía sobre Jesús en copiosa abundancia y cubría el propiciatorio, mientras que el flujo de esplendor llenaba el santuario. No pude resistir mucho tiempo el vivísimo fulgor. Ninguna lengua acertaría a describirlo. Quedé anonadada, y me aparté de la majestad y gloria del espectáculo.2TS 210.2

    También se me mostró en la tierra un santuario con dos departamentos. Se parecía al del cielo, y se me dijo que era una figura del celeste. Los objetos del primer departamento del santuario terrestre eran como los del celeste. Estaba levantado el velo, de modo que miré en el interior del lugar santísimo, y vi que también los objetos eran los mismos que los del santuario celeste. El sacerdote administraba en ambos departamentos del terrestre. Diariamente entraba en el primer departamento, y sólo una vez al año en el lugar santísimo para purificarlo de los pecados allí transmitidos. Vi que Jesús administraba en ambos departamentos del santuario celeste. El sacerdote entraba en el terrestre con la sangre de un animal en ofrenda por el pecado. Cristo entró en el santuario celeste para ofrecer su propia sangre. Los sacerdotes terrestres eran relevados por la muerte y, por lo tanto, no podían continuar oficiando por más tiempo; pero Jesús era un sacerdote eterno. Por medio de las ofrendas y los sacrificios traídos al santuario terrestre, los hijos de Israel se beneficiaban de los méritos del futuro Salvador. Y la sabiduría de Dios nos dió los pormenores de esta obra para que mirando atrás hacia ellos comprendiésemos la obra de Jesús en el santuario celeste.2TS 211.1

    Al expirar Jesús en el Calvario exclamó: “Consumado es,” y el velo del templo se rasgó de arriba abajo en dos mitades, para demostrar que los servicios del santuario terrestre habían acabado para siempre, y que Dios ya no vendría al encuentro de los sacerdotes de este templo terrestre para aceptar sus sacrificios. La sangre de Jesús fué entonces derramada e iba a ser ofrecida por él mismo en el santuario celeste. Así como el sacerdote entraba una vez al año en el lugar santísimo para purificar el santuario, también Jesús entró en el lugar santísimo del celeste al fin de los 2.300 días de (Daniel 8), en 1844, para hacer la final expiación por todos cuantos pudiesen recibir el beneficio de su mediación, y purificar de este modo el santuario.2TS 212.1

    Larger font
    Smaller font
    Copy
    Print
    Contents