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Manuscritos Inéditos Tomo 2 (Contiene los manuscritos 97-161)

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    Manuscrito 137—Cómo relacionarse con las autoridades civiles, en especial respecto al sábado

    «Por causa del Señor someteos a toda institución humana, ya sea al rey, como a superior, ya a los gobernadores, como por él enviados para castigo de los malhechores y alabanza de los que hacen bien» [1 Pedro 2: 13, 14]. Esto debe ser considerado como algo legal y correcto para que lo hagamos. Deberíamos ser cuidadosos evitando dar una impresión que interfiera en nuestra influencia sobre los demás, estableciendo una barrera en nuestro camino. Podemos atarnos de manos y entorpecer nuestra labor debido a alguna afirmación inoportuna o por nuestra forma de actuar, que provoquen prejuicios.2MI 187.1

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    Solicitado por M. E. Loewen para su uso en la Review and Herald. Estos son consejos respecto a la forma de actuar ante la amenaza de las leyes dominicales.

    «Esta es la voluntad de Dios: que haciendo bien, hagáis callar la ignorancia de los hombres insensatos. Actuad como personas libres, pero no como los que tienen la libertad como pretexto para hacer lo malo, sino como siervos de Dios» [1 Ped. 2: 15, 16].2MI 188.1

    No debe haber duros enfrentamientos entre hermanos, o en contra de los que no conocen a Dios o a Jesucristo, a quien él ha enviado. Esas personas están en la oscuridad y el error, y aquello de lo que como pueblo evitemos para dejar una correcta impresión en sus mentes, hará más, para infundir un correcto conocimiento de la obra en que estamos empeñados, que todos los esfuerzos por conservar la libertad que Dios nos ha concedido. Pero si se presenta cualquier requisito, que exija no respetar el sábado, nos corresponde negarnos a obedecer. Aquí los intereses eternos están en juego, y hemos de saber qué terrenos estamos pisando.2MI 188.2

    Algunos miembros de la iglesia poseen rasgos de carácter que los llevarán, si no son cuidadosos, a sentirse indignados; ya que basándose en subterfugios les coartaran su libertad de trabajar los domingos. No se preocupen por eso, sino encomiéndelo todo a Dios en oración. Unicamente él puede frenar el poder de los dirigentes. No actúen precipitadamente. Que nadie se jacte indebidamente de su libertad, utilizándola como una tapadera maliciosa, sino actúen como siervos de Dios. «Honrad a todos. Amad a los hermanos. Temed a Dios. Honrad al rey” [1 Ped. 2: 17].2MI 188.3

    Este consejo es aplicable para todos los que se ven en situaciones comprometidas. No se debería hacer alarde de nada que demuestre un desafío, o que pudiera interpretarse como una actitud maliciosa. «Criados, estad sujetos con todo respeto a vuestros amos, no solamente a los buenos y afables, sino también a los difíciles de soportar. Lo que merece aprobación es que alguien, a causa de la conciencia delante de Dios, sufra molestias padeciendo injustamente, pues ¿qué mérito tiene el soportar que os abofeteen si habéis pecado? Pero si por hacer lo que es bueno sufrís, y lo soportáis, esto ciertamente es aprobado delante de Dios. Para esto fuisteis llamados, porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo para que sigáis sus pisadas. Él no cometió pecado ni se halló engaño en su boca. Cuando lo maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino que encomendaba la causa al que juzga justamente. Él mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia. ¡Por su herida habéis sido sanados!» [1 Ped. 2: 1824].2MI 188.4

    Esta admonición es para todos nosotros. Los pastores deben tomar nota, y de palabra y por escrito deben hacerse eco de lo que Dios dice. Cuando somos llamados a violar la ley divina, necesitamos recibir sabiduría de lo alto para decir como Cristo: «Escrito está» [Mat. 4: 10, Luc. 4: 8]. Hablen de sí mismos lo menos posible, pero tengan sus corazones apercibidos con las agudas saetas del arsenal divino. Si Dios, el gran Maestro y Obrero, está con nosotros; atravesaremos por las duras pruebas que, con respecto a los principios están ante nosotros, en actitud tan firme como una roca, obedeciendo a Dios antes que a los hombres. Esta actitud aportará victorias que nuestra falta de fe nos ha llevado a considerar como algo sin esperanzas e imposible. Estas instrucciones en concreto han sido escritas para nuestra advertencia, respecto a los acontecimientos finales del mundo.2MI 189.1

    Nuestra gran necesidad es un corazón puro y limpio y una mente abierta a una mejor comprensión. Todo tipo de falsedades maliciosas, que se propagaron acerca de Cristo, se harán correr de nuevo en contra del pueblo que guarda los mandamientos de Dios. ¿Cómo demostraremos que son falsas? ¿Acaso será levantando barreras entre nosotros y el mundo? La oración de Cristo nos da la respuesta: «No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal” [Juan 17: 15]. Aunque nuestra misión exige tenacidad, tiene que ser llevada a cabo según los principios bíblicos. Todas nuestras actividades deben ser realizadas con sencillez cristiana, paciencia, tolerancia, y amor por Dios y por Cristo. Nuestra tarea es convencer, no es condenar. Los seres humanos que nos rodean tienen debilidades como las nuestras. Los clérigos les han enseñado que el domingo es el día de reposo y este error se ha acariciado por tanto tiempo que se ha convertido en algo aceptable con el paso del tiempo; lo cual, por supuesto, no lo convierte en verdadero.2MI 189.2

    Debemos permanecer firmes sobre la plataforma de la verdad eterna. Como colaboradores de Dios, no debemos lanzar rayos y centellas contra de los que permanecen en el error, sino que nos corresponde ensalzar a Cristo ante ellos, exhortándolos a que miren al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. No debemos llenar sus oídos con nuestros prejuicios, porque esa no es la forma de desbaratar prejuicios ajenos. Pablo, el fiel testigo de Cristo, encargó algo a Timoteo como un último deseo: «Te suplico encarecidamente delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra y que instes a tiempo y fuera de tiempo. Redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina, pues vendrá tiempo cuando no soportarán la sana doctrina, sino que, teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias pasiones, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas. Pero tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio. Yo ya estoy próximo a ser sacrificado. El tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está reservada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que aman su venida» [2 Tim. 4: 18]. Leamos también, 1 Timoteo 3: 1017 y 2: 112.2MI 189.3

    Al tratar con gente perversa y malintencionada, los que creemos en la verdad hemos de tener cuidado de no rebajarnos al nivel de ellos, utilizando las mismas armas satánicas que sus enemigos emplean, dando rienda suelta a resentimientos personales y despertando pasiones y amarga enemistad contra sí mismos y contra la obra que el Señor les ha encomendado hacer. Mantengan a Jesús en alto. Somos colaboradores de Dios. Contamos con armas espirituales, poderosas para destruir los baluartes del enemigo. En ningún caso debemos presentar inadecuadamente nuestra fe, aplicando principios y valores no cristianos en nuestra actuación. Debemos exaltar la ley de Dios, como algo que nos une con Jesucristo y con todos los que lo aman y guardan sus mandamientos. También nos toca demostrar amor por las almas por las que Cristo murió. Nuestra fe debe ser demostrada como un poder cuyo autor es Cristo; y la Biblia, su Palabra, nos hará sabios para la salvación.— Manuscrito 46, 1898, 711 («The Word Before God’s People» [La Palabra ante el pueblo de Dios], s. f.).2MI 190.1

    Si bien hemos de mantenernos como una roca, firmes a los principios, debemos ser afables y semejantes a Cristo en nuestras relaciones con todo el mundo. Debemos decirle a la gente con toda claridad que no podemos aceptar el día de descanso papal, ya que es una señal de especial afrenta a Dios, a quien amamos y adoramos. Por otro lado, mientras observamos con unción el sábado del Señor, no nos toca obligar a los demás a que también lo guarden. Dios jamás presiona a la conciencia; esa es la obra de Satanás. Puesto que Dios es el autor del sábado, este día debe ser presentado a la gente en contraste con el falso día de reposo, de forma que todos puedan elegir entre ambos. Es Satanás el que trata de forzar las conciencias para que el error sea aceptado y honrado.2MI 190.2

    En estos momentos [refiriéndose a los proyectos de 1890 en favor de la ley dominical], cuando se está intentando imponer la observancia del domingo, es la mejor oportunidad para presentar al mundo el día de reposo verdadero, en contraste con el falso. El Señor, en su providencia, ve mucho más allá que nosotros. El ha permitido que la cuestión del descanso dominical haya sido sacada a la palestra, para que el día de reposo del cuarto mandamiento sea presentado ante las asambleas legislativas. De esa forma los dirigentes del país podrán dirigir su atención al testimonio de la Palabra de Dios en favor del sábado. Si eso no los convence, será un testimonio que los condene. El sábado es la gran piedra de toque para este tiempo.— Manuscrito 16, 1890, 21.2MI 191.1

    «A cualquiera, pues, que me oye estas palabras y las pone en práctica, lo compararé a un hombre prudente que edificó su casa sobre la roca» [Mat. 7: 24]. El carácter del cristiano ha de ser positivo y estable; debe ser un monumento que apunte a las grandes verdades de la Biblia, de manera que los demás se beneficien mediante la señal de obediencia que él porte. «Si me amáis, guardad mis mandamientos» [Juan 14: 15]. El día de reposo del cuarto mandamiento «es una señal entre mí y vosotros por vuestras generaciones, para que sepáis que yo soy Jehová que os santifico” [Exo. 31: 13].2MI 191.2

    Patrimonio White,

    30 de marzo de 1962