Ejercicios religiosos
De todas las fases de la educación que se ha de impartir en los hogares de nuestras escuelas, los ejercicios religiosos constituyen la más importante. Debe considerárselos con la mayor solemnidad y reverencia, si bien se les ha de añadir hasta donde sea posible todo aquello que los haga agradables. No se los debe prolongar al extremo de que se vuelvan tediosos, por cuanto la impresión hecha así en la mente de los jóvenes les haría asociar la religión con todo lo que es árido y desprovisto de interés; e induciría a decidirse por el partido del enemigo a muchos que, si fuesen debidamente enseñados, llegarían a beneficiar al mundo y a la iglesia.2JT 440.2
A menos que sean sabiamente dispuestos y vitalizados, además, por el Espíritu Santo, las reuniones del sábado, el culto de la mañana y de la tarde en el hogar y en la capilla llegarán a ser los ejercicios más formalistas, desagradables, faltos de atracción, y, para los jóvenes, los más incómodos de todos los ejercicios escolares. Las reuniones de testimonios y todos los demás cultos religiosos debieran proyectarse y dirigirse de tal modo que no sólo sean provechosos sino a tal punto agradables que sean positivamente atrayentes. El orar juntos ligará los corazones con Dios por medio de lazos que perdurarán; el confesar a Cristo franca y valientemente, mostrando en nuestro carácter su mansedumbre, humildad y amor, encantará a otros con la belleza de la santidad.2JT 440.3
En todas estas ocasiones debiera ensalzarse a Cristo como “el más señalado entre diez mil,” como Aquel que “es del todo amable.” Cantares 5:10, 16 (VM). Debiera presentársele como la Fuente de todo verdadero placer y satisfacción, como el Dador de toda dádiva buena y perfecta, como el Autor de toda bendición, como Aquel en quien están concentradas todas nuestras esperanzas de vida eterna. Aparezcan en todo ejercicio religioso el amor de Dios y el gozo de la experiencia cristiana en su verdadera belleza. Preséntese al Salvador como el que restaura de todo efecto del pecado.2JT 441.1
Para lograr este resultado debe evitarse toda mezquindad. Se necesitará devoción sincera, ferviente y cordial. Será esencial que haya en los maestros piedad ardiente y activa. Pero hay poder para nosotros si queremos tenerlo. Hay gracia para nosotros si queremos apreciarla. Para sernos dado, el Espíritu Santo aguarda tan sólo que lo pidamos con un ardor de propósito proporcional al valor del objeto que perseguimos. Los ángeles del cielo están tomando nota de toda nuestra obra y observando para ver cómo ministrar a cada uno de modo que todos reflejen la imagen de Cristo en el carácter y se amolden a la similitud divina. Cuando los encargados de los hogares de nuestras escuelas aprecien los privilegios y las oportunidades que tienen, harán para Dios una obra que el cielo aprobará.2JT 441.2