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Reflejemos a Jesús

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    La mansedumbre, adorno del alma, 7 de septiembre

    Porque Jehová tiene contentamiento en su pueblo; hermoseará a los humildes con la salvación. Salmos 149:4.RJ 256.1

    El más precioso fruto de la santificación es la gracia de la mansedumbre. Cuando esta gracia preside en el alma, la disposición es modelada por su influencia. Hay un constante esperar en Dios, y una sumisión a la voluntad divina. La comprensión capta toda verdad divina, y la voluntad se inclina ante todo precepto de Dios, sin dudar ni murmurar. La verdadera mansedumbre suaviza y subyuga el corazón, y adecua la mente a la palabra injertada. Coloca los pensamientos en obediencia a Jesucristo. Abre el corazón a la Palabra de Dios, como fue abierto el corazón de Lidia. Nos coloca, junto con María, como personas que aprenden a los pies de Jesús. “Encaminará a los humildes por el juicio, y enseñará a los mansos su carrera”. Salmos 25:9.RJ 256.2

    El lenguaje de la mansedumbre nunca es el de la jactancia. Como el niño Samuel, los mansos elevan el ruego: “Habla, porque tu siervo oye”. 1 Samuel 3:10.RJ 256.3

    La mansedumbre en la escuela de Cristo es uno de los frutos destacados del Espíritu. Es una gracia obrada por el Espíritu Santo como santificador, y capacita a su poseedor para dominar en todo tiempo su temperamento duro e impetuoso. Cuando la gracia de la humildad es practicada por los que naturalmente son de disposición áspera y precipitada, harán los más fervientes esfuerzos para subyugar su desdichado temperamento. Todos los días obtendrán el dominio propio, hasta que resulte vencido aquello que no es amable ni semejante a Cristo. Se asimilan al Modelo divino, hasta que pueden obedecer la orden inspirada: “Todo hombre sea pronto para oir, tardo para hablar, tardo para airarse”. Santiago 1:19.RJ 256.4

    La mansedumbre es el adorno interior, que Dios estima de gran valor. El apóstol habla de esto diciendo que es más valioso que el oro, o perlas, o atavíos costosos. En tanto que el ornamento exterior hermosea solamente el cuerpo mortal, el adorno de la mansedumbre embellece el alma, y vincula al hombre finito con el Dios infinito. Este es el ornamento que Dios mismo escoge. Aquel que embelleció los cielos con los orbes de luz, ha prometido, por medio del mismo Espíritu, que “hermoseará a los humildes con la salvación”. Los ángeles del cielo registrarán como mejor adornados a aquellos que se vistan del Señor Jesucristo, y anden con mansedumbre y humildad.RJ 256.5

    Al cristiano se le presenta la posibilidad de realizar grandes conquistas. Puede siempre estar ascendiendo a mayores conquistas.—La edificación del carácter, 17-20.RJ 256.6

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