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Reflejemos a Jesús

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    Una paz que sobrepasa el entendimiento, 21 de septiembre

    La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo. Juan 14:27.RJ 270.1

    Antes que nuestro Señor entrara en su agonía de la cruz, expresó esta disposición. No tenía plata ni oro ni casas que dejar a sus discípulos. Era un hombre pobre en lo que se refiere a posesiones terrenales. Pocos en Jerusalén eran tan pobres como El. Pero dejó a sus discípulos un don mucho más rico que el que alguna monarquía terrenal pudiera conceder a sus ciudadanos: “La paz os dejo, mi paz os doy—dijo—; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo”.RJ 270.2

    El les dejó la paz que había gozado durante su vida sobre la tierra; la que había estado con El en medio de la pobreza, el escarnio y la persecución, y la que iba a estar con El durante su agonía en el Getsemaní y sobre la cruel cruz.RJ 270.3

    La vida del Salvador sobre la tierra, aunque vivida en medio del conflicto, era una vida de paz. Aunque los airados enemigos estaban constantemente persiguiéndolo, El dijo: “Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada”Juan 8:29. Ninguna tormenta de ira satánica podía perturbar la calma de esa perfecta comunión con Dios. Y El nos dice: “Mi paz os doy”.RJ 270.4

    Quienes se tomen de la palabra de Cristo, y sometan sus almas a los mandatos de El, sus vidas a las órdenes de El, encontrarán paz y quietud. Nada del mundo puede hacerlos apesadumbrarse cuando Jesús los alegra con su presencia. En la perfecta entrega hay perfecta confianza. El Señor dice: “Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado”. Isaías 26:3.RJ 270.5

    La experiencia de cada hombre da testimonio de la verdad de las palabras de la Escritura: “Pero los impíos son como el mar en tempestad, que no puede estarse quieto, y sus aguas arrojan cieno y lodo”. Isaías 57:20. El pecado ha destruido nuestra paz... Ningún poder humano puede controlar las poderosas pasiones del corazón. Estamos tan desvalidos aquí como lo estuvieron los discípulos para aquietar la furiosa tormenta. Pero quien ordenó la paz a las olas de Galilea, ha dicho la palabra de paz para cada alma. No importa cuán feroz sea la tempestad, quienes se vuelven a Jesús clamando: “Señor, sálvanos”, encontrarán liberación. Su gracia, que reconcilia el alma con Dios, aquieta las contiendas de la pasión humana, y en su amor el corazón encuentra descanso. “Cambia la tempestad en sosiego, y se apaciguan sus ondas... Y así los guía al puerto que deseaban”. Salmos 107:29.RJ 270.6

    El corazón que está en armonía con Dios es partícipe de la paz del Cielo, y difundirá su bendita influencia a su alrededor. El espíritu de paz descansará como rocío sobre los corazones cansados y cargados con la lucha mundanal.—The Signs of the Times, 27 de diciembre de 1905.RJ 270.7

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