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Reflejemos a Jesús

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    La verdad de Dios refina el gusto, 18 de octubre

    El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido. 1 Corintios 13:4, 5.RJ 297.1

    La verdad de Dios está destinada a elevar a quien la recibe, a refinar su gusto y a santificar su juicio. El carácter del cristiano debiera ser santo, sus modales agradables, sus palabras sin engaño. Debiera haber un esfuerzo continuo para imitar la sociedad a la que pronto espera unirse, la de los ángeles que nunca cayeron en el pecado.RJ 297.2

    Ningún hombre puede ser cristiano sin tener el Espíritu de Cristo; y si tiene Espíritu de Cristo, lo manifestará en palabras bondadosas y una conducta refinada y cortés... El cambio externo testificará del cambio interno. La verdad es santificadora, refinadora. Recibida en el corazón, actúa con poder oculto, transformando el carácter. Pero los que profesan seguir a Cristo y al mismo tiempo son groseros, hirientes y descorteses en palabra y hechos no han aprendido de Jesús. Una persona jactanciosa, altiva y criticona no es cristiana, porque ser cristiano es ser como Cristo...RJ 297.3

    Muchos que están buscando la felicidad sufrirán un desengaño porque la buscan fuera de lugar, y se dejan dominar por un temperamento pecaminoso y sentimientos egoístas. Al descuidar el cumplimiento de las tareas pequeñas y la observancia de las pequeñas cortesías de la vida, violan los principios de los cuales depende la felicidad. La verdadera felicidad no se encuentra en la gratificación propia, sino en el sendero del deber. Dios desea que el hombre sea feliz, y por esto le dio los preceptos de su ley, para que al obedecerlos pueda tener gozo en el hogar y fuera de él. Mientras conserve su integridad moral, sea fiel a los principios y controle todos sus poderes no puede ser desdichado. Con sus zarcillos aferrados a Dios, el corazón estará lleno de paz y gozo, y el alma florecerá en medio de la incredulidad y la depravación.RJ 297.4

    Las palabras bondadosas, la mirada amable y el rostro alegre forman alrededor del cristiano un aura que hace que su influencia sea casi irresistible. La religión de Cristo en el corazón determina que las palabras sean suaves y la conducta atrayente, aun para los más modestos. En el olvido del yo, en la luz, la paz y la felicidad que entrega constantemente a los demás, se ve la verdadera dignidad del hombre. Esta es una forma de ganar el respeto y extender la esfera de utilidad, que cuesta muy poco; y quien sigue este curso de acción no se quejará de que no recibe el honor que merece. Pero las reglas de la Biblia deben ser escritas en el corazón; los preceptos bíblicos deben ser llevados a la vida diaria.—The Signs of the Times, 11 de noviembre de 1886.RJ 297.5