La primera tentación
Satanás entonces razonó con Cristo: Si las palabras habladas después de su bautismo eran en verdad las palabras de Dios, él era el Hijo de Dios y por lo tanto no tenía razón de pasar hambre. Podía dar prueba de su divinidad y mostrar su poder, convirtiendo en pan las piedras del desolado desierto.—Redemption Series, 1:48.VAAn 177.4
Satanás le dijo a Cristo que su misión salvadora le requería colocar sus pies en el sendero manchado de sangre, pero que no le era necesario transitar por él. Como Abrahán, debía ser probado para que mostrase obediencia. Aparentando ser el mismo ángel que había detenido la mano de Abrahán para que no sacrificase a Isaac, le dijo que había sido enviado para detener su ayuno y salvar su vida. No necesitaba ni soportar el hambre ni morir de inanición. El había venido en su ayuda para hacer más llevadero el plan de salvación.—The Review and Herald, 4 de agosto de 1874.VAAn 177.5
Entonces [Satanás] llamó la atención de Cristo a su propia apariencia angelical. Vestido de luz y poder, reclamó ser un mensajero venido directamente del trono celestial, y declaró que tenía derecho a demandar de Cristo evidencias de que era el Hijo de Dios.—The Review and Herald, 4 de agosto de 1874.VAAn 178.1
Fue en sus palabras, y no en su apariencia, donde el Salvador reconoció al enemigo.—The Review and Herald, 22 de julio de 1909.VAAn 178.2
Al tomar la naturaleza humana, Cristo no mantuvo la apariencia de los ángeles del cielo. Fue una de las humillaciones que aceptó voluntariamente con el fin de llegar a ser el Redentor del mundo. Satanás insistía que si él era realmente el Hijo de Dios, debía dar evidencia de su exaltado carácter. Sugirió que Dios no permitiría que su Hijo llegara a estar en una condición tan deplorable. Declaró que uno de los ángeles del cielo había sido deportado a la tierra, y que su apariencia indicaba que en lugar de ser el Rey del cielo, él era, en verdad, el ángel caído. Llamando la atención a su propia hermosura, luminosidad y fuerza, comparó su propia gloria con el estado deplorable de Cristo.—The Spirit of Prophecy 2:91.VAAn 178.3