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    Capítulo 2

    Naufragio en el hielo – Intento de arrojar al agua al capitán – Liberación – Llegada a Irlanda – Prosecución de nuestro viaje – Convoy británico – Parte de nuestro cable – Apresados por corsarios – Naturaleza de un juramento, y la caja – Barco condenado – Viaje por el Báltico – Llegada a Irlanda – Integrado al servicio británico

    En otro viaje desde Nueva York a Arkangelsk, en Rusia, por mitad de mayo, en la tarde, descubrimos una cantidad de islas de hielo, muchas de las cuales parecían como ciudades grandes. Esta era una señal inequívoca de que nos estábamos acercando a los bancos de Terranova, a unas mil millas del recorrido marino de Boston a Liverpool. Estas grandes masas, o islas de hielo, son impulsadas por el viento y la corriente desde las regiones cubiertas de hielo del Norte, y llegan a tener más de trescientos pies [100 m] de profundidad, y en algunas estaciones demoran de dos a tres meses en disolverse y romperse en pedazos, lo que las alivia de sus prodigiosas cargas, y son empujadas hacia adelante por sobre estas aguas profundas a las partes del océano insondables, y pronto se disuelven en el agua de mar más caliente.AJB 21.1

    Un viento muy fuerte del oeste nos impulsaba rápidamente en nuestro curso, y al hacerse de noche habíamos pasado este conglomerado. La niebla entonces se hizo tan densa que era imposible ver nada a tres metros [diez pies] delante de nosotros. Por estas horas, mientras un tal W. Palmer estaba timoneando el barco, oyó que el maestre principal estaba protestando al capitán, deseando poner al barco al pairo esperando la luz de la mañana. El capitán decidió que habíamos pasado todo el hielo, y dijo que el barco debía continuar avanzando, y que tuviera un buen vigía en la proa. Vino la medianoche, y fuimos remplazados en nuestros puestos por la guardia del capitán, para descansar abajo por cuatro horas. Después de alrededor de una hora, fuimos despertados por el terrible grito del timonel, “¡Una isla de hielo!” ¡Al momento siguiente sentimos el espantoso choque! Cuando me recuperé del golpe que recibí al ser arrojado de un lado del castillo de proa al otro, encontré que Palmer me tenía agarrado. El resto de la guardia había escapado a cubierta y cerrado la escotilla. Después de varios intentos fracasados de encontrar la escalera para alcanzar la escotilla, nos rendimos desesperados. Nos rodeamos mutuamente el cuello con los brazos, y nos entregamos para morir. En medio de los crujidos y quejidos del barco en su pugna con el ancla, de vez en cuando podíamos oír los gritos y clamores de algunos de nuestros desgraciados compañeros en la cubierta superior, rogando a Dios por misericordia, lo que solo aumentaba nuestros sentimientos de desesperación. Los pensamientos corrían como la luz, y parecían ahogarnos, y por momentos, bloqueaban toda posibilidad de expresión.AJB 21.2

    ¡Oh, pensamiento terrible! Aquí, a punto de rendir cuentas al Creador y morir, y hundirnos con el barco destrozado al fondo del mar, tan lejos del hogar y los amigos, sin la más mínima preparación, ni esperanza de un Cielo y la vida eterna, solo para ser contado entre los condenados y expulsados de la presencia del Señor. ¡Parecía que algo debía ceder para dar expresión a mis sentimientos de angustia inexpresable!AJB 22.1

    En este momento agónico, la escotilla se abrió, con un grito: “¿Hay alguien allí abajo?” En un instante ambos estábamos sobre cubierta. Por un momento me detuve a considerar nuestra situación; a la proa del barco, parcialmente bajo una plataforma de hielo, solo le quedaba la roda. Todas sus velas cuadradas infladas por el viento, y un mar alborotado impulsaban al barco hacia una conexión más estrecha con su adversario impávido. Sin un cambio inmediato, era evidente que nuestro destino, y el del barco, quedarían sellados en unos pocos momentos.AJB 22.2

    Con alguna dificultad me dirigí al alcázar, donde el capitán y el segundo maestre estaban sobre sus rodillas implorando misericordia a Dios. El maestre principal, con tantos hombres como pudo reunir a su alrededor, estaban haciendo esfuerzos infructuosos para izar la chalupa, que no podría haber evitado chocar contra el hielo ni por dos momentos. En medio del estrépito de los materiales y el clamor de otros, mi atención fue atraída por el grito del capitán: “¿Qué vas a hacer conmigo, Palmer?” Y Palmer dijo: “¡Lo arrojaré por la borda!” “¡Por amor de Dios, déjame tranquilo”, dijo aquél, “porque estaremos todos en la eternidad en menos de cinco minutos!” Palmer dijo con un espantoso juramento: “¡No me importa, usted fue la causa de todo esto! ¡Me dará un poco de satisfacción ver que usted se vaya primero!” Yo lo tomé con fuerza, y le pedí que soltara al capitán y fuera conmigo a probar la bomba. Rápidamente cedió a mi pedido; y para nuestro total asombro, la bomba comenzó a chupar aguar. Esta buena noticia inesperada atrajo la atención del maestre principal, quien inmediatamente abandonó su inútil tarea, y después de observar un momento la posición del barco encallado, gritó con una voz estentórea: “¡Suelten las drizas del juanete y de la gavia! ¡Suelten las sogas y las escotas! ¡Bajen y aseguren las velas superiores!” Tal vez nunca sus órdenes fueron obedecidas más rápida e instantáneamente. Quitarle el viento a las velas alivió de inmediato al barco, y como una palanca que se desliza bajo una roca, se separó de su posición desastrosa, y se quedó en equilibrio con un costado hacia el hielo.AJB 22.3

    Ahora vimos que nuestro barco, elegante y sólidamente construido, era una perfecta ruina desde la proa hasta el mástil principal, y ese mástil, a todas luces, también estaba a punto de ceder; pero lo que más temíamos era que los mástiles y las vergas se pusieran en contacto con el hielo, en cuyo caso, el mar agitado del otro lado arrollaría la cubierta, y nos hundiría en pocos momentos. Mientras esperábamos ansiosamente, veíamos que las olas pasaban ante nuestra proa en dirección al lado occidental del hielo, y regresaban impetuosamente contra el barco, impidiendo así que entrara en contacto con el hielo, y también lo movía hacia adelante, hacia el extremo sur de la isla flotante, que era tan alta que no podíamos ver su cumbre desde el mástil.AJB 23.1

    En este estado de suspenso éramos incapaces de inventarnos alguna forma de escapar, fuera de que Dios, en su providencia, se nos manifestara, como describimos antes. ¡Alabado sea su santo nombre! “Inescrutables [son] sus caminos”. Como a las cuatro de la mañana, mientras toda la tripulación estaba ocupada intensamente en la limpieza de la ruina, se elevó un grito: “¡Allá está el horizonte, y es de día! Esta era una indicación suficiente de que estábamos pasando del lado occidental de la isla de hielo, más allá del extremo sur de ella, donde podíamos cambiar el curso del barco por medios humanos. “¡Afirmen el timón”, gritó el capitán, “y mantengan el barco delante del viento! ¡Aseguren el mástil delantero! ¡Limpien los escombros!” Baste decir, que catorce días después llegamos con seguridad al río Shannon, en Irlanda, donde hicimos reparaciones para nuestro viaje a Rusia.AJB 23.2

    “Los que descienden al mar en naves, y hacen negocios en las muchas aguas, ellos han visto las obras de Dios y sus maravillas en las profundidades… Sus almas se derriten con el mal… Entonces claman a Jehová en su angustia, y los libra de sus aflicciones… Alaben la misericordia de Jehová, y sus maravillas para con los hijos de los hombres”. Salmo 107.AJB 23.3

    Queridos amigos, cualquiera sea su profesión, “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:33), y tengan sus pies plantados a bordo del barco del evangelio. El Dueño de este navío majestuoso, con rumbo al hogar, muestra el cuidado máximo por cada marinero a bordo; aun hasta contar el cabello de sus cabezas. Él no solo paga los salarios más altos, sino que ha prometido a cada uno que cumple fielmente su deber una recompensa sumamente grande. Para que todos los peligros de este viaje sean sobrepasados con seguridad, él ha ordenado a sus santos ángeles (Hebreos 1:14) que ayuden y vigilen este precioso grupo, para que no dejen de ver a través de todo el vapor y la neblina, y alerten de todos los peligros en su senda. Además, él ha dotado a su querido Hijo de todo el poder, y lo ha dado por Comandante y hábil Piloto, para llevar este buen navío y su compañía al cielo destinado para ellos. Entonces él los vestirá con inmortalidad, y les dará la tierra hecha nueva como herencia eterna; y los hará reyes y sacerdotes para Dios para que “reinen en la tierra”.AJB 23.4

    Después de reparar los daños en Irlanda, zarpamos otra vez en nuestro viaje a Rusia, y en pocos días encontramos y nos unimos a un convoy inglés de dos o trescientos barcos de vela comerciales, con destino al Mar Báltico, protegido de sus enemigos por barcos de guerra británicos. Al llegar a un lugar difícil llamado “pasaje Mooner”, nos sobrecogió un vendaval violento, que, a pesar de nuestros esfuerzos, nos impulsaba a una costa deprimente y sin protección. Con la creciente furia del vendaval, y la oscuridad de la noche, nuestra situación llegó a ser más y más alarmante, hasta que finalmente nuestro comodoro levantó la “linterna encendida”, señal para que toda la flota anclara sin demora.AJB 24.1

    Finalmente llegó la mañana ansiada por largo tiempo, que nos reveló nuestra situación alarmante. Todos los que tenían cables estaban luchando con el mar agitado por el furioso vendaval. Nos parecía casi un milagro que nuestros cables y anclas todavía resistían. Mientras veíamos a uno tras otro barco soltarse de sus cables e irse a la deriva contra las rocas para ser destrozados, ¡nuestro cable se rompió! Con toda la premura izamos las velas que nos atrevíamos a izar, y por ser nuestro barco muy veloz, encontramos al día siguiente que nos habíamos alejado bastante del grupo. Aquí se convocó a un concilio, que decidió que debíamos desplegar las velas, separarnos del convoy y correr el riesgo de cruzar solos el canal, junto a la costa de Dinamarca.AJB 24.2

    No muchas horas después de esto, mientras nos felicitábamos por haber escapado por un pelo de un naufragio, y por estar fuera del alcance de los cañones del comodoro, dos navíos sospechosos estaban tratando de aislarnos de la costa. Las balas de sus cañones pronto comenzaron a caer a nuestro alrededor, y llegó a ser aconsejable que nos pusiéramos al pairo y los dejáramos subir a bordo. Eran dos corsarios daneses, que nos capturaron y nos llevaron a Copenhague, donde el barco y su carga fueron condenados, finalmente, según los decretos de Bonaparte, por nuestras relaciones con los ingleses.AJB 24.3

    En el transcurso de unas pocas semanas, nos llamaron al tribunal para testificar acerca de nuestro viaje. Antes de esto, nuestro sobrecargo y en parte dueño nos había prometido una buena recompensa si declarábamos que nuestro viaje fue directo de Nueva York a Copenhague, y que no habíamos tenido relaciones con los ingleses. No todos estuvimos de acuerdo con esta propuesta. Finalmente, fuimos examinados separadamente, siendo mi turno el primero. Supongo que me llamaron primero al tribunal porque era el único joven entre los marineros. Uno de los tres jueces me preguntó en inglés si yo entendía la naturaleza de un juramento. Después de responder en la afirmativa, me pidió que mirara a una caja cercana (de unas 15 pulgadas de largo y 8 de alto; 38 cm x 20 cm), y dijo: “Esa caja contiene una máquina para cortar los dos dedos índices y el pulgar de la mano derecha de todos los que juran en falso aquí”. “Ahora”, dijo, “levanta tus dos dedos índice y el pulgar de tu mano derecha”. De esta manera me hicieron jurar que dijera la verdad, y sin otra consideración, testifiqué verazmente sobre nuestro viaje. Después, cuando se nos permitió salir del país, era muy claro que esa “pequeña caja” había obtenido de todos un testimonio honesto; o sea, que habíamos chocado con una isla de hielo catorce días después de salir de Nueva York; reparado en Irlanda, que después nos habíamos unido al convoy británico, y habíamos sido capturados por los corsarios. Después de esto, algunos de nuestra tripulación, al regresar de una caminata donde habían pasado junto a la cárcel, dijeron que algunos de los presos sacaron las manos a través de las rejas, para mostrar que habían perdido los dedos índices y el pulgar derecho. Eran una tripulación de daneses, que también habían sido capturados, y habían jurado en falso. Ahora nos sentíamos agradecidos por haber sido librados gracias a la verdad.AJB 25.1

    “Queremos la verdad en cada detalle,AJB 25.2

    También la queremos para practicarla”.AJB 25.3

    Con la condenación de nuestro barco y carga, y la pérdida de nuestros salarios, en compañía de un pueblo extraño que nos había quitado todo menos la ropa puesta, terminó nuestro viaje a Rusia. Pero antes de que llegara el invierno, conseguí una litera a bordo de un bergantín danés, que se dirigía a Pillau, en Prusia, adonde llegamos después de un paso tedioso, ya que a nuestro barco le entraba tanta agua que apenas pudimos evitar que se hundiera antes de llegar al muelle. En esta situación extrema, conseguí una litera en un bergantín norteamericano desde Rusia, en camino a Belfast, Irlanda.AJB 25.4

    Nuestro viaje desde Prusia a Irlanda estuvo repleto de pruebas y sufrimiento. Era un viaje de invierno que bajaba por el mar Báltico, y a través de pasajes sinuosos de las Tierras Altas de Escocia, bajo un capitán cruel, ebrio y parsimonioso, que nos negaba bastante de la comida más común permitida a los marineros. Y cuando, por causa de esta carencia, alcanzamos una condición famélica, y casi no podíamos bombear para impedir que nos hundiéramos, nos maldecía y amenazaba con un trato más severo si no cumplíamos con sus deseos. Finalmente, después de anclar en una isla para abastecernos de provisiones frescas, zarpamos otra vez hacia Belfast, Irlanda, donde terminaba el viaje. Desde allí, dos de nosotros cruzamos el canal irlandés a Liverpool, para buscar un viaje a América del Norte. Unos pocos días después de nuestra llegada, una “patrulla de reclutamiento” (un oficial y doce hombres) entró a la pensión una tarde y nos preguntó a qué país pertenecíamos. Presentamos nuestros salvoconductos norteamericanos, que probaban que éramos ciudadanos de los Estados Unidos. Los salvoconductos y los argumentos no los satisficieron. Nos tomaron y nos arrastraron al “refugio”, un lugar de reclusión muy apretado. Por la mañana fuimos examinados por un teniente naval, y se nos ordenó unirnos a la marina británica. Para impedir que escapáramos, cuatro hombres robustos nos tomaron, y el teniente, con su espada desnuda, iba adelante, y nos condujeron por el medio de una de las calles principales de Liverpool, como criminales condenados en camino a la horca. Cuando llegamos a la orilla del río, había un bote bien tripulado con hombres alertas, y nos trasladaron a bordo del Princess, de la marina real. Después de un rígido escrutinio, fuimos confinados a la cabina de prisión en la cubierta inferior, con unos sesenta otros, que pretendían ser norteamericanos, y habían sido apresados de manera similar a la nuestra. Estos incidentes ocurrieron el 27 de abril de 1810.AJB 26.1

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