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    Capítulo 3

    Intento de fuga – Azotes – Barco San Salvatore -- Intento de huir a nado – Rodney 74 – Barco de guerra español – Un levante – Adoración de imágenes – Otro intento de liberación – Batalla – Tormenta – Naufragio – Escuadrón de bloqueo – Culto a bordo de un navío real – Puerto Mahon – Pasaje subterráneo – Piedra santa – Días de lavado – Amenaza de castigo –Tormenta – Nueva estación

    A bordo de ese navío, un sentimiento pareció invadir la mente de todos los que pretendían ser norteamericanos, es decir, que habíamos sido apresados ilegalmente sin ninguna provocación de nuestra parte, y por tanto, sería justificable que pudiéramos recobrar nuestra libertad a como diera lugar. En unos pocos días, la mayor parte de los oficiales y la tripulación llevaron a uno de su grupo a la orilla para enterrarlo. Entonces algunos sugirieron que ese era un momento favorable para que rompiéramos las barras de hierro y las tuercas en la lumbrera, y escapáramos nadando en la fuerte corriente que pasaba junto a nosotros. En romper los barrotes tuvimos más éxito que el que esperábamos y cuando todo estaba listo para arrojarnos por la borda, uno tras otro, vinieron los botes con los oficiales, y descubrieron nuestro lugar de salida. Por esto, comenzaron a tomar a uno tras otro y azotar sus espaldas desnudas de una manera muy inhumana. Esta tarea terrible se realizó por varias horas, y cesó como a las nueve de la noche, con la idea de terminar al día siguiente. Pero no tuvieron tiempo de cumplir su cruel obra, porque se dio la orden de trasladarnos a bordo de una fragata cercana, que levaba sus anclas para salir a mar abierto.AJB 27.1

    En pocos días llegamos a Plymouth, donde fuimos re-examinados, y todos los que se encontraron en buenas condiciones para el servicio en la marina británica, fueron transferidos a uno de sus navíos estacionarios de mayor tamaño, llamado el “San Salvadore del Mondo”. En este monstruoso castillo flotante había mil quinientas personas como yo.AJB 27.2

    Aquí, en conversación con un joven de Massachusetts, acordamos tratar de escapar aun si perecíamos en el intento. Nos preparamos una soga, y vigilamos cuidadosamente a los soldados y los marineros de guardia, hasta que eran cambiados de sus puestos a media noche. Levantamos entonces la “puerta colgante” unos cuarenta y cinco centímetros [unas dieciocho pulgadas], y pusimos en secreto un extremo en las manos de un amigo, para bajarnos cuando estuviéramos fuera del alcance de las balas de los mosquetes. Nuestra soga y sábana, de unos nueve metros [treinta pies] llegaba hasta el agua. Forbes, mi compañero, susurró: “¿Me sigues?” Yo contesté: “Sí”. Para cuando él llegó al agua, yo estaba deslizándome después de él, cuando sonó la alarma por todo el barco: “¡Hombre al agua!” Nuestro amigo soltó su extremo por temor a ser detectado, lo que me dejó expuesto al fuego de los centinelas. Pero pronto estaba en el agua, y nadé para esconderme bajo la escala al costado del barco, para el momento en que tripularon los botes, con faroles, para buscarnos. Esperamos una oportunidad para tomar la dirección opuesta a la de nuestros perseguidores, a quienes desde el barco llamaban repetidamente para saber si habían encontrado a alguno. Teníamos que nadar más de cinco kilómetros [tres millas] hasta la orilla opuesta, con la ropa puesta, menos la chaqueta y los zapatos; yo los había atado del cuello para protegerme de algún tiro desde el barco. Un oficial y algunos hombres con faroles bajaban por la escala lateral, y pasando su mano por un peldaño tocó mi mano, e inmediatamente gritó: “¡Aquí hay uno de ellos! ¡Sal de allí! ¡Aquí hay otro! ¡Salga, señor!” Nadamos alrededor de ellos, y fuimos llevados a la cubierta. “¿Quién es usted?” demandó el oficial. “Un norteamericano”. “¿Cómo se atreve a abandonar el barco nadando? ¿No sabe que puede recibir un tiro?” Respondí que no era un súbdito del Rey George, y había hecho esto para ganar mi libertad. “¡Tráiganlos aquí arriba!” fue la orden desde el barco. Después de otro examen nos pusieron en confinamiento con una cantidad de criminales que esperaban su castigo.AJB 27.3

    Después de unas treinta horas de encierro, me separaron de mi amigo, y me llevaron junto con unos ciento cincuenta marineros (todos extraños para mí) para unirnos al barco de Su Majestad “Rodney”, de 74 cañones, cuya tripulación era de unos setecientos hombres. Tan pronto como pasamos inspección en la cubierta del Rodney, se les permitió a todos a bajar para su comida, excepto Bates. El Comandante Bolton le entregó un papel al primer teniente quien, después de leerlo me miró y susurró, “bribón”. Toda la tripulación de los botes del Rodney, que eran más de cien hombres, fueron reunidos de inmediato en cubierta. El Capitán Bolton dijo: “¿Ven ese hombre?”. “Sí, señor”. “Si alguna vez le permiten entrar a uno de sus botes, los azotaré a todos sin excepción. ¿Me entienden?” “Sí, señor, sí, señor” fue la respuesta. “Entonces pueden ir a comer, y usted también, señor”.AJB 28.1

    Ahora comencé a comprender algo de la naturaleza de mi castigo por intentar de una manera tranquila y pacífica abandonar el servicio de Su Majestad. En opinión del oficial comandante esto era algo así como un crimen imperdonable, para nunca ser olvidado. En unas pocas horas, el Rodney, bajo una nube de velas, abandonaba el Viejo Plymouth a la distancia, con rumbo a la costa de Francia, para hacer la guerra a los franceses. “La esperanza postergada enferma al corazón”; así mi esperanza de libertad de mi situación opresiva, parecía desvanecerse de mi vista como la tierra que dejábamos a la distancia.AJB 29.1

    Como nuestro destino final era unirnos al escuadrón británico en el Golfo de Lyon, en el mar Mediterráneo, hicimos una parada en Cádiz, España. Aquí las tropas francesas de Napoleón Bonaparte estaban bombardeando la ciudad y los barcos de guerra británicos y españoles en el puerto. Esta era una parte de la flota española que finalmente escapó de la batalla de Trafalgar, bajo Lord Nelson, en 1805, y sus aliados, los ingleses los repararían, para luego navegar a Port Mahon en el Mediterráneo. Inesperadamente, fui uno de los cincuenta seleccionados para rehabilitar y tripular uno de ellos, el “Apolo”. Unos pocos días después de pasar el Estrecho de Gibraltar, nos encontramos con una tormenta violenta de viento, llamado “Levante”, común en esos mares, que hizo que nuestro barco se agitara tan excesivamente que con el máximo de esfuerzo de las bombas pudimos mantenernos sin hundirnos. Finalmente fuimos favorecidos con el retorno a Gibraltar y la rehabilitación.AJB 29.2

    Una cantidad de oficiales españoles con sus familias todavía se encontraban en al barco. Era maravilloso y extraño para nosotros ver cuán tenazmente estas personas se mantenían cerca de sus imágenes, rodeados con velas de cera encendidas, como si ellas pudieran salvarlos en esta hora peligrosa, cuando nada menos que la labor continua de las bombas impedía que el barco se hundiera con todos nosotros.AJB 29.3

    Después de reaprovisionarnos en Gibraltar, nos dimos a la vela otra vez, y llegamos con seguridad a la isla de Mahon. Aquí hice otro intento de recuperar mi libertad con otros dos, al inducir a un natural a llevarnos a tierra con su bote de provisiones de mercado. Después de dos días y noches de inútil esfuerzo para escapar de la isla con botes o de otro modo, o de aquellos que eran bien pagados por aprehender a desertores, consideramos que era mejor aventurarnos a volver. Aceptaron nuestro regreso voluntario al barco como evidencia de que no teníamos la intención de abandonar el servicio del rey George III. De ese modo escapamos de ser azotados públicamente.AJB 29.4

    Nuestra tripulación fue llevada de regreso a Gibraltar, para unirnos al Rodney, nuestro barco inicial, que acababa de llegar a cargo de otro barco español de línea para Puerto Mahon, con una tripulación de cincuenta hombres del Rodney. En compañía de nuestro compañero español, navegamos unos ciento cincuenta kilómetros [unas ochenta millas] en camino a Málaga, donde descubrimos que las fuerzas combinadas de Inglaterra y España estaban ocupadas en pelear con el ejército francés a orillas del mar. Nuestro barco pronto fue anclado de costado con la orilla. Como las órdenes de arriar las velas no fue cumplida de inmediato por causa de los tiros franceses desde el fuerte, todos los tripulantes recibieron la orden de subir a cubierta, y quedar allí expuestos al fuego enemigo, hasta que todas las velas estuvieran arriadas. Esto se hizo por enojo. Mientras estábamos en esta condición, un tiro bien dirigido podría haber muerto a una veintena, pero afortunadamente no hubo ningún tiro hasta que todos abandonaron la cubierta. Nuestras balas de quince kilos [treinta y dos libras] produjeron un gran desbande por un tiempo en las líneas enemigas. No obstante, ellos pronto consiguieron poner a sus enemigos entre nosotros y ellos, controlando así nuestro fuego. Luego, con un furioso ataque los empujaron hacia su fortaleza; y muchos, viendo nuestros barcos cerca de la orilla, se arrojaron al mar, y fueron muertos por los tiros de los franceses o se ahogaron, excepto los que los botes traían hasta nuestro barco. Esta labor comenzó como a las 2 p. m., y acabó al ponerse el sol. Después de ocuparnos de los muertos, y de lavar su sangre de las cubiertas, zarpamos con nuestra escolta española hacia Port Mahon. Justo antes de llegar allí, otro levante sobrevino tan repentinamente que fue con mucha dificultad que pudimos manejar nuestro barco recientemente construido. Nuestra escolta española, no preparada para un temporal tan fuerte, fue destrozada en las rocas de la isla de Cerdeña, y casi todos los tripulantes murieron.AJB 30.1

    Después de la tempestad, nos unimos a la flota británica que consistía en unos treinta buques de guerra, que llevaban de ochenta a ciento treinta cañones cada uno, además de fragatas y corbetas. Nuestra tarea era bloquear una flota mucho mayor de buques de guerra franceses, mayormente en el puerto de Toulon. Con ellos tuvimos ocasionalmente escaramuzas o pequeñas batallas. No estaban preparados ni dispuestos a afrontar a los ingleses en una batalla regular.AJB 30.2

    Para mejorar nuestras facultades mentales, cuando teníamos unos pocos momentos libres de los deberes del barco y las tácticas navales, se nos proveía de una biblioteca de dos libros escogidos, por cada diez hombres. Teníamos en total setenta bibliotecas similares. El primer libro era una condensación de la vida de Lord Nelson, calculada para inspirar las mentes con actos de valor, y la manera más sucinta de librarse de un enemigo inflexible. Este lo podía leer uno de los diez hombres, cuando tenía un momento de ocio, durante los últimos seis días de cada semana. El segundo era un pequeño libro de oraciones de la Iglesia Anglicana, para uso especial durante una hora en el primer día de la semana.AJB 30.3

    SERVICIO DE CULTO A BORDO DE UN BUQUE DEL REY

    En general, se permitía un capellán para cada buque grande. Cuando el clima era agradable, le agregaban a la cubierta, banderas, bancos, etc., para reuniones. A las 11 de la mañana, el oficial de cubierta daba la orden: “¡Dad seis campanadas!” “Sí, señor”. “¡Segundo contramaestre!” “Sí, señor”. “¡Todos los marineros a la iglesia!” Estos contramaestres debían llevar consigo un trozo de soga en su bolsillo para acuciar a los marineros. De inmediato sus voces estentóreas se oían por las demás cubiertas, “¡Vamos arriba a la iglesia —cada uno de ustedes— y lleven sus libros de oraciones consigo!” Si alguno se sentía poco inclinado a tal forma de adoración, e intentaba evadir el sonoro llamado a la iglesia, ¡cuidado con los hombres de la soga! Cuando me preguntaron “¿Cuál es tu religión?, contesté “Presbiteriano”. Pero entonces se me dio a entender que no había tolerancia religiosa a bordo de los barcos de guerra del rey. “Aquí hay solo una denominación… ¡de cabeza a la iglesia!” Los oficiales, antes de ocupar sus asientos, desprendían sus espadas y dagas, y las apilaban sobre el cabrestante que estaba en medio de la asamblea, todos listos para recogerlas en un instante, si era necesario, antes de terminar la hora del culto. Cuando se pronunciaba la oración final, los oficiales se volvían a colocar las armas en el cinto para el servicio activo. La cubierta se desocupaba prontamente, y la capilla flotante volvía a ser el mismo buque de guerra durante los próximos seis días y veintitrés horas.AJB 31.1

    Con respecto al culto, el capellán, o en su ausencia, el capitán, leía del libro de oraciones, y los oficiales y marineros respondían. Y cuando leía acerca de la ley de Dios, la sonora respuesta llenaba la cubierta: “¡Oh, Dios, inclina nuestros corazones para guardar tu ley!”¡Pobres almas malvadas e ilusas!, cuán poco estaban sus corazones inclinados a guardar la santa ley de Dios, cuando casi cada hora de la semana, sus lenguas eran empleadas en blasfemar su santo nombre; y al mismo tiempo, aprendiendo y practicando la forma y manera de balear, asesinar y hundir en el fondo del océano a todos los que rehusaban rendirse y transformarse en sus prisioneros, o se atrevían a oponerse, o a declararse en oposición a la proclamación de guerra emitida por su viejo rey cristiano.AJB 31.2

    El rey George III no solo asumía el derecho de forzar a los marinos norteamericanos a tripular sus barcos de guerra, y a pelear sus injustas batallas, sino también les exigía que asistieran a su iglesia, y aprendieran a responder a sus predicadores. Y siempre que la banda de músicos a bordo comenzaban a tocar “¡Dios salve al rey!, también a ellos, junto con los leales súbditos de éste, se les exigía que se quitaran el sombrero como señal de lealtad a la autoridad real.AJB 32.1

    En ese tiempo yo albergaba sentimientos de odio hacia los que me privaban de mi libertad, me mantenían en un estado de opresión, y me exigían que sirviera a Dios como ellos querían y que honrara a su rey. Pero agradezco a Dios que nos enseña a perdonar y amar a nuestros enemigos que por medio de su gran misericordia, en Jesucristo, después de eso he encontrado el perdón de mis pecados; que todos esos sentimientos han sido dominados, y mi único deseo es haberles podido enseñar el camino de la vida y la salvación.AJB 32.2

    El encuentro invernal del escuadrón británico del Mediterráneo era en la isla de Menorca, el puerto de Mahon. Navegar a vela después de mediados del séptimo mes es peligroso. Ver el testimonio de Pablo en Hechos 27:9, 10.AJB 32.3

    Mientras procurábamos escapar de la vigilancia de nuestros perseguidores, después que salimos del barco mercante español, como conté antes, más allá de la ciudad, a la base de una montaña rocosa, descubrimos una puerta de madera, que abrimos; y a la distancia se veía bastante iluminado. Nos aventuramos en este pasaje subterráneo hasta que llegamos a un gran espacio abierto, donde había luz que descendía por una pequeña abertura en el domo, a través de la montaña. Este pasaje subterráneo continuaba en forma serpenteante, que intentamos explorar hasta donde nos atrevíamos por falta de luz, hasta regresar al centro. A ambos lados de esta calle principal, descubrimos pasajes similares todos más allá de nuestra exploración. Más tarde supimos que esta montaña había sido excavada en tiempos pasados con el propósito de proteger a un ejército sitiado. En el centro o lugar iluminado había una casa grande, esculpida en la roca, con puertas y ventanas, destinada sin duda a los oficiales de los sitiados, y como lugar de encuentro del ejército.AJB 32.4

    Después de una cuidadosa investigación de este lugar maravilloso, quedamos satisfechos de que habíamos encontrado un lugar seguro para escapar de nuestros perseguidores, donde podríamos respirar y hablar en voz alta sin temor de ser oídos, o atrapados por alguno de los súbditos del rey George III. Pero, ¡oh, no!, nuestra alegría pronto se desvaneció, cuando advertimos que allí no había nada que pudiéramos comer.AJB 32.5

    Cuando nos atrevimos a ir a una granja para pedir pan, la gente nos miró con suspicacia, y temiendo que nos tomaran presos, y nos entregaran a nuestros perseguidores, los evitamos, hasta que quedamos satisfechos de que sería en vano intentar escapar desde este lugar, así que regresamos al buque. La roca de esta montaña es una clase de arenisca, mucho más dura que la creta, llamada “holy-stone”, que abunda en la isla, y que la escuadra británica usaba para raspar las cubiertas cada mañana para dejarlas blancas y limpias.AJB 33.1

    En las estaciones más suaves, el uniforme de los marineros eran camisetas y pantalones blancos de dril, y sombreros de paja. La disciplina era reunir a todos los tripulantes a las nueve de la mañana, y si nuestra vestimenta estaba manchada o sucia, los tales estaban condenados a ser puestos en la “lista negra”, y se les exigía hacer toda clase de fregado de los bronces, los hierros, y el trabajo sucio, además de sus tareas específicas, privándolos del tiempo asignado a su descanso y sueño en sus turnos de mañana abajo. No había castigo más temido y desgraciado entre nuestros deberes cotidianos.AJB 33.2

    Si se nos hubiesen dado suficientes mudas de ropa, y suficiente tiempo para lavarlas y secarlas, hubiera sido un gran placer, y también un beneficio para nosotros, haber aparecido cada día con ropa inmaculadamente blanca, a pesar del sucio trabajo que debíamos hacer. Yo no recuerdo alguna vez que se me diera más de tres conjuntos a la vez para cambiarnos, y solo un día por semana para limpiarlos, o sea, unas dos horas antes del amanecer una vez por semana, y todos los tripulantes (unos 700) eran llamados a las cubiertas superiores para lavar y restregar la ropa. No más de tres cuartos de ellos podían acomodarse para hacer este trabajo al mismo tiempo; pero sin excepción, cuando llegaba la luz del día al final de las dos horas, nos ordenaban colgar de inmediato las ropas lavadas en las cuerdas para la ropa. Algunos decían: No pude conseguir agua ni un lugar para lavar la mía todavía. “¡Lo lamento mucho! saca tu ropa y comienza a refregar y lavar las cubiertas”. Las órdenes eran muy estrictas, y si encontraban a alguno secando la ropa en cualquier otra hora fuera de ésta, era castigado.AJB 33.3

    Para evitar que me descubrieran y castigaran, refregué mis pantalones temprano en la mañana, y me los puse mojados. Como no me gustaba este método, una vez me atreví a colgar mis pantalones mojados en un lugar oculto detrás de la vela principal; pero ordenaron izar la vela con urgencia, y el teniente los descubrió. Los principales hombres de cubierta (unos cincuenta) fueron llamados de su desayuno para subir al alcázar. “Todos aquí, señor”, dijo el suboficial que nos había llamado. “Muy bien, ¿de quién son estos pantalones en la vela principal?” Me adelanté de la fila, y dije: “Son míos, señor”. “¿Son tuyos? ¡Tú eres un _________!” y cuando terminó de maldecirme, me preguntó: “¿Cómo llegaron allí?” “Yo los colgué para secarlos, señor”. “Eres un ______ ______ verás cómo te cuelgo a ti. El resto de ustedes, bajen a seguir su comida”, dijo, “y llamen al segundo contramaestre que venga aquí”. Éste vino con gran apuro, de su comida. “¿Tiene usted su trozo de soga en el bolsillo?” Comenzó a buscar en sus bolsillos, y dijo: “No, señor”. “Entonces ve abajo a buscar una, y dale a este camarada los [peores]… azotes que alguna vez recibió”. “Así haré, señor”.AJB 33.4

    Hasta entonces, había escapado a todas sus amenazas de castigo, desde mi llegada al barco. A menudo había solicitado más ropa para poder presentarme con ropa limpia, pero me habían rechazado. Ahora esperaba, de acuerdo con sus amenazas, que él se tomaría su venganza arrancándome trozos de la espalda por intentar tener la ropa limpia, cuando él sabía que no podía tenerla sin arriesgarme de la manera que lo hice.AJB 34.1

    Mientras yo consideraba la injusticia de este asunto, él gritó: “¿Dónde está el de la soguita? ¿Por qué no se apura a venir?” En ese instante se lo escuchó venir corriendo desde abajo. El teniente se detuvo y se dirigió a mí diciendo: “Si no quieres uno de esos ----- azotes que alguna vez tuviste, corre”. Lo miré para ver si hablaba en serio. El suboficial, que parecía sentir la injusticia de mi caso, repitió: “¡Corre!” El teniente le gritó al hombre con la soga: “¡Pégale!” “Sí, sí, señor”. Salté hacia adelante, y para cuando él llegó al frente del barco, había saltado la proa, y me situé en posición de recibirlo abajo, cerca del agua, en el bauprés. Él vio de inmediato que exigiría su máxima habilidad el realizar su placentera tarea allí. Por lo tanto, me ordenó acercarme a él. “No”, le dije, “si me quieres, ven acá”.AJB 34.2

    En esta posición, el Diablo, el enemigo de todo lo bueno, me tentó a buscar una compensación inmediata de mis agravios, o sea, si él me seguía, y persistía en darme el castigo amenazado, lo tomaría y lo tiraría al agua. De los muchos que estaban arriba mirando, ninguno me habló, que yo recuerde, sino mi perseguidor. Según recuerdo, quedé en esa posición más de una hora. Para mi sorpresa y la de otros, el teniente no dio ninguna orden tocante a mí, ni me preguntó más tarde, pero a la mañana siguiente descubrí que estaba entre los hombres de la lista negra por unos seis meses. Doy gracias al Padre de toda misericordia por librarme de realizar una destrucción premeditada por su providencia soberana en aquella hora difícil.AJB 34.3

    Los buques que pertenecían al escuadrón de bloqueo en el Mar Mediterráneo, eran generalmente relevados y enviados de vuelta a Inglaterra al final de tres años; entonces se les pagaban sus salarios a los tripulantes, y se les daba libertad por veinticuatro horas para gastar su dinero en tierra firme. Como el Rodney estaba en su tercer año de servicio, mi fuerte esperanza de librarme del yugo británico a menudo me alegraba según se acercaba la fecha, en la cual había resuelto emplear todas mis energías para obtener mi libertad. Por este tiempo la flota encontró una tempestad espantosa en el golfo de Lyon. Por un tiempo se dudaba si alguno de nosotros volvería a ver otra salida del sol. Estos enormes buques se levantaban como montañas en la cresta de las olas, y de repente caían de éstas con un crujido tan terrible que parecía casi imposible que pudieran levantarse otra vez. Llegaron a ser inmanejables, y los marineros estaban desesperados. Véase la descripción del salmista, en Salmo 107:23-30.AJB 35.1

    Al llegar al puerto de Mahon, en la isla de Menorca, se informó que diez barcos habían sufrido muchos daños. El Rodney estaba tan maltrecho que el comandante recibió la orden de prepararlo para regresar a Inglaterra. ¡Palabras alegres para todos nosotros! “¡En camino a casa! ¡Veinticuatro horas de libertad!” Todos los corazones estaban felices. Una tardecita, después de ponerse oscuro, justo antes de que el Rodney zarpara para Inglaterra, unos cincuenta de nosotros fuimos llamados por nombre y se nos ordenó reunir nuestro equipaje y entrar a los botes. “¿Qué está pasando? ¿Adónde vamos?” “A bordo del Swiftshore, 74”. “¿Qué? ¿El barco que acaba de llegar para un servicio de tres años?” “Sí”. Una triste desilusión, realmente; pero lo que era peor, advertí que estaba condenado a arrastrar mi miserable existencia en la marina británica. Una vez más estaba entre extraños, pero bien conocido como uno que había intentado escapar del servicio al rey George III.AJB 35.2

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