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Consejos para la Iglesia

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    Capítulo 46—Cómo tratar con los que yerran

    Cristo vino a poner la salvación al alcance de todos. Sobre la cruz del Calvario pagó el precio infinito de la redención de un mundo perdido. Su abnegación y sacrificio propio, su labor altruista, su humillación, sobre todo la ofrenda de su vida, atestiguan la profundidad de su amor por el hombre caído. Vino a esta tierra a buscar y salvar a los perdidos. Su misión estaba destinada a los pecadores: de todo grado, de toda lengua y nación. Pagó el precio para rescatarlos a todos y conseguir que se le uniesen y simpatizasen con él. Los que más yerran, los más pecaminosos, no fueron pasados por alto; sus labores estaban especialmente dedicadas a aquellos que más necesitaban la salvación que él había venido a ofrecer. Cuanto mayores eran sus necesidades de reforma, más profundo era el interés de él, mayor su simpatía, y más fervientes sus labores. Su gran corazón lleno de amor se conmovió hasta sus profundidades en favor de aquellos cuya condición era más desesperada, de aquellos que más necesitaban su gracia transformadora.CPI 459.1

    Pero entre nosotros como pueblo hace falta una simpatía profunda y ferviente, que conmueva el alma, y necesitamos tener amor por los tentados y los que yerran. Muchos han manifestado gran frialdad y la negligencia pecaminosa que Cristo representó por el hombre que se pasó de un lado; se han mantenido tan alejados como podían de aquellos que necesitan ayuda. El alma recién convertida tiene con frecuencia fieros conflictos con costumbres arraigadas, o con alguna forma especial de tentación, y, siendo vencida por alguna pasión o tendencia dominante, comete a veces alguna indiscreción o un mal verdadero. Entonces es cuando se requieren energía, tacto y sabiduría de parte de sus hermanos, a fin de que pueda serle devuelta la salud espiritual. A tales casos se aplican las instrucciones de la Palabra de Dios: “Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado”. “Así que, los que somos más fuertes debemos soportar las flaquezas de los débiles, y no agradarnos a nosotros mismos”. Gálatas 6:1; Romanos 15:1.1Joyas de los Testimonios 2:246-248.CPI 460.1

    Las medidas benignas, las respuestas impregnadas de mansedumbre y las palabras agradables se prestan mucho más para reforzar y salvar que la severidad y la dureza. Un poco de dureza excesiva puede colocar a las personas fuera de nuestro alcance, mientras que un espíritu conciliador sería el medio de vincularlas con nosotros, y podríamos entonces corroborarlas en el buen camino. Debemos ser también impulsados por un espíritu perdonador y reconocer todo buen propósito y acto de los que nos rodean.2Joyas de los Testimonios 1:323, 324.CPI 460.2

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