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El Cristo Triunfante

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    Jesús, el cordero pascual, fue sacrificado por nuestros pecados, 11 de septiembre

    “Llegó el día de los panes sin levadura, en el cual era necesario sacrificar el cordero de la pascua. Y Jesús envió a Pedro y a Juan, diciendo: Id, preparadnos la pascua para que la comamos”. Lucas 22:7, 8.CT 263.1

    Cristo había escogido a Pedro y a Juan, quienes estaban estrechamente asociados en sus labores, para que prepararan la cena... “Y envió a dos de sus discípulos, y les dijo: Id a la ciudad, y os saldrá al encuentro un nombre que lleva un cántaro de agua; seguidle, y donde entrare, decid al señor de la casa: El Maestro dice: ¿Dónde está el aposento donde he de comer la pascua con mis discípulos?”...CT 263.2

    Cristo quería resguardarse de cualquier movimiento prematuro que pudieran llevar a cabo los traidores que viniesen a la cena, reaccionando así a la acción pergeñada por Judas. Era costumbre que quienes vivían en la ciudad acomodaran a los visitantes en ocasión de la celebración de la Pascua. El mensaje tomó la forma de una orden. Y aunque pudiera parecer impropio que estos dos galileos le hablasen así a un extraño, las circunstancias indican que todo sucedió como Cristo lo había predicho. Los discípulos encontraron un hombre que llevaba un cántaro. Lo siguieron y entrando en su morada le dieron el mensaje que fue bien recibido por el dueño de casa...CT 263.3

    Esta era la última Pascua que Jesús habría de guardar con sus discípulos. El Señor sabía que había llegado su hora. Él era el Cordero pascual y en el día que comiera la Pascua, también sería sacrificado. Sabía que las circunstancias relacionadas con esta ocasión jamás serían olvidadas por sus discípulos.CT 263.4

    Las primeras palabras de Cristo después que se congregaron en torno a la mesa, fueron: “¡Cuánto he deseado comer con vosotros esta Pascua antes que padezca! Porque os digo que no la comeré más hasta que se cumpla en el reino de Dios!”CT 263.5

    En esta última noche con sus discípulos Jesús tenía muchas cosas que decirles. Y, si ellos hubieran estado dispuestos a recibir lo que les tenía que impartir, se habrían librado de una desgarradora angustia y de mucha desilusión e incredulidad. Pero el Señor vio que no podrían soportar lo que deseaba decirles. Al mirar sus rostros, las palabras de advertencia y consuelo se detuvieron en sus labios.CT 263.6

    Se produjo un prolongado silencio. Jesús parecía esperar algo. Los discípulos se mostraban incómodos. Las miradas que intercambiaban unos con otros reflejaban celos y contienda... Pronto se aferraron a uno de sus temas favoritos: Cristo debía manifestar su poder y asumir su cargo en el trono de David. En el corazón de cada uno de ellos latía la esperanza de alcanzar el lugar de mayor privilegio en el reino.—Manuscrito 106, 1903.CT 263.7

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