Capítulo 27—La guerra contra el yo
La guerra contra el yo es la mayor guerra que se haya peleado alguna vez. La entrega del yo, la rendición de toda la voluntad a Dios, y el ser revestido de humildad, la posesión de ese amor que es puro, benigno, lleno de amabilidad y buenos frutos, no es de fácil obtención. Y sin embargo, es nuestro privilegio y deber ser perfectos vencedores aquí. El alma debe someterse a Dios antes que pueda ser renovada en conocimiento y verdadera santidad. La vida santa y el carácter de Cristo constituyen un ejemplo fiel. Su confianza en su Padre celestial era ilimitada. Su obediencia y su sumisión eran sin reservas y perfectas. El no vino para ser servido, sino para servir. No vino para cumplir su propia voluntad, sino la de Aquel que le había enviado. En todas las cosas se sometió al que juzga rectamente. De los labios del Salvador del mundo se oyeron estas palabras: “No puedo yo de mí mismo hacer nada.”3TS 132.1
El se hizo pobre y de ninguna reputación. Sintió hambre, con frecuencia sed, y muchas veces cansancio en sus labores; pero no tenía dónde reclinar la cabeza. Cuando las frías y húmedas sombras de la noche le rodeaban, con frecuencia la tierra era su cama. Sin embargo, bendijo a los que le aborrecían. ¡Qué vida! ¡Qué experiencia! ¿Podemos nosotros, los que profesamos seguir a Cristo, soportar alegremente las privaciones y sufrimientos como nuestro Señor, sin murmurar? ¿Podemos beber de la copa, y ser bautizados de su bautismo? En caso afirmativo, podemos compartir con él su gloria en su reino celestial. De lo contrario, no tendremos parte con él.3TS 132.2