Capítulo 43—Avancemos
Las ingentes huestes de Israel salieron en gozoso triunfo de Egipto, escenario de su larga y cruel servidumbre. Los egipcios no quisieron consentir en dejarlos libres hasta que fueron señaladamente advertidos por los juicios de Dios. El ángel vengador había visitado cada casa de los egipcios, y había herido de muerte al primogénito de cada familia. Ninguno había escapado, desde el heredero de Faraón, hasta el primogénito del cautivo en la mazmorra. Igualmente los primogénitos del ganado habían perecido, de acuerdo con el mandato del Señor. Pero el ángel de la muerte pasó por alto los hogares de los hijos de Israel y no entró en ellos.3TS 222.1
Faraón, horrorizado por las plagas que habían caído sobre su pueblo, llamó a Moisés y a Aarón delante de sí, de noche, y les pidió que saliesen de Egipto. Ansiaba que se fuesen sin dilación, porque él y su pueblo temían que a menos que la maldición de Dios se apartase de ellos, la tierra quedaría transformada en un vasto cementerio.3TS 222.2
Los hijos de Israel recibieron gozosos las nuevas de su libertad, y se apresuraron a abandonar el escenario de su esclavitud. Pero el camino era penoso, y por fin les faltó el valor. Su viaje los conducía por colinas áridas y llanuras desoladas. A la tercera noche, se encontraron cercados por un lado por montañas, mientras que el mar Rojo se extendía ante ellos. Se hallaban en perplejidad, y deploraban profundamente su condición. Culparon a Moisés por haberlos conducido a ese lugar, porque creían que se habían equivocado de camino. “Este, seguramente—dijeron,—no es el camino al desierto de Sinaí, ni a la tierra de Canaán prometida a nuestros padres. No podemos seguir adelante; o hemos de avanzar hacia el mar Rojo o volvernos a Egipto.”3TS 222.3
Luego, para completar su tragedia, he aquí que el ejército egipcio los seguía. El imponente ejército era conducido por Faraón mismo, quien se había arrepentido de haber libertado a los hebreos, y temía que llegaran a ser una gran nación que le fuese hostil. ¡Qué noche de perplejidad y angustia fué ésa para los israelitas! ¡Qué contraste frente a aquella gloriosa mañana en que abandonaron la esclavitud de Egipto y con grato regocijo emprendieron la marcha hacia el desierto! ¡Cuán impotentes se sentían frente a aquel poderoso enemigo! Los lamentos de las mujeres y los niños aterrorizados, mezclados con los mugidos y balidos del ganado asustado, aumentaban la espantosa confusión de la situación.3TS 222.4
Pero, había perdido Dios todo interés por su pueblo para abandonarlo a la destrucción? ¿No le advertiría de su peligro y le libraría de sus enemigos? Dios no se deleitaba en la angustia de su pueblo. Era él mismo quien había indicado a Moisés que acampara a orillas del mar Rojo, y le había informado además: “Faraón dirá de los hijos de Israel: Encerrados están en la tierra, el desierto los ha encerrado. Y yo endureceré el corazón de Faraón para que los siga; y seré glorificado en Faraón y en todo su ejército; y sabrán los egipcios que yo soy Jehová.”3TS 223.1
Jesús estaba a la cabeza de aquella inmensa hueste. La columna de nube, de día, y la columna de fuego, de noche, representaban a su Conductor divino. Pero los hebreos no soportaron con paciencia la prueba del Señor. Elevaron la voz en reproches y denuncias contra Moisés, su jefe visible, por haberlos llevado a ese grave peligro. No confiaron en el poder protector de Dios, ni reconocieron su mano que detenía los males que los rodeaban. En su frenético terror, se habían olvidado de la vara con que Moisés había transformado las aguas del Nilo en sangre, y las calamidades que Dios había hecho caer sobre los egipcios por la persecución de su pueblo escogido. Se habían olvidado de todas las intervenciones milagrosas de Dios en su favor.3TS 223.2
“¡Ah!—clamaron,—¡ cuánto mejor nos hubiera sido permanecer en el cautiverio! Es mejor vivir como esclavos que morir de hambre y fatigas en el desierto, o caer en la guerra con nuestros enemigos.” Se volvieron contra Moisés censurándole amargamente porque no los había dejado donde estaban en vez de sacarlos a perecer en el desierto.3TS 223.3
Moisés estaba grandemente afligido porque a su pueblo le faltaba tanto la fe, especialmente después de haber presenciado repetidas veces las manifestaciones del poder de Dios en su favor. Se sentía agraviado de que le culpasen de los peligros y dificultades de su situación, cuando él había seguido sencillamente los expresos mandamientos de Dios. Pero creía firmemente que el Señor los conduciría en salvo; e hizo frente a los reproches y temores de su pueblo y los calmó, aun antes que él mismo pudiese discernir el plan de su libramiento.3TS 224.1
Es cierto que se encontraban en un lugar del cual no había posibilidad de salida a menos que Dios mismo interviniese para salvarlos. Pero habían sido puestos en esta estrechez por obedecer a los mandatos divinos, y Moisés no sentía temor por las consecuencias. “Y Moisés dijo al pueblo: No temáis: estáos quedos, y ved la salud de Jehová, que él hará hoy con vosotros; porque los egipcios que hoy habéis visto, nunca más para siempre los veréis. Jehová peleará por vosotros, y vosotros estaréis quedos.”3TS 224.2
No era cosa fácil mantener a los hijos de Israel en actitud de espera delante del Señor. Estaban llenos de excitación y de terror. Carecían de disciplina y dominio propio. Impresionados por el horror de su situación, se volvieron violentos e irrazonables. Esperaban caer pronto en las manos de sus opresores, y sus gemidos y recriminaciones eran fuertes e intensos. La maravillosa columna de nube los había acompañado en sus peregrinaciones, y servía para protegerlos de los ardientes rayos del sol. Todo el día había ido avanzando majestuosamente delante de ellos dicha nube, sin que la afectase el sol ni la tormenta, y a la noche se tornaba en una columna de fuego que los alumbraba en su camino. La habían seguido como señal divina de que debían avanzar. Pero ahora se preguntaban si no sería la sombra de una terrible calamidad que estuviese por acaecerles. ¿Por qué los había conducido al lado de la montaña a un paso insalvable? Así el ángel de Dios era para sus mentes alucinadas como un precursor de desastre.3TS 224.3
Pero ahora, al acercarse el ejército egipcio a los israelitas, esperando hacer de ellos una presa fácil, la columna de nube se elevó majestuosamente hacia los cielos, pasó por encima de los israelitas y descendió entre ellos y los ejércitos egipcios. Una muralla de obscuridad se interpuso entre los perseguidos y sus perseguidores. Los egipcios no pudieron discernir ya el campo de los hebreos, y se vieron obligados a detenerse. A medida que la obscuridad de la noche se intensificaba, la muralla de nube se transformaba en una gran luz para los hebreos, que iluminaba todo el campamento con la claridad del día.3TS 225.1
Entonces penetró en el corazón de Israel la esperanza de que hubiese de ser libertado, y Moisés elevó su voz al Señor. “Entonces Jehová dijo a Moisés: ¿Por qué clamas a mí? di a los hijos de Israel que marchen. Y tú alza tu vara, y extiende tu mano sobre la mar, y divídela; y entren los hijos de Israel por la mar en seco.”3TS 225.2
Entonces Moisés, obedeciendo a la orden divina, extendió su vara, y las aguas se separaron, amontonándose a cada lado en forma de muralla y dejando un ancho camino a través del lecho del mar para que pasaran los hijos de Israel. La luz de la columna de fuego resplandecía sobre las olas cubiertas de espuma, y alumbraba el camino cortado como un extenso surco a través de las aguas del mar Rojo hasta que se perdía en la obscuridad de la orilla.3TS 225.3
Durante toda la noche se oyeron los pasos de los ejércitos de Israel que cruzaban el Mar Rojo; pero la nube los ocultaba de los ojos de sus enemigos. Los egipcios, cansados por su marcha apresurada, habían acampado en la ribera para pasar la noche. Habían visto que los hebreos estaban a corta distancia de ellos, y como no parecía haber posibilidades de que escaparan, decidieron darse una noche de descanso y capturarlos fácilmente por la mañana. La noche era intensamente obscura, las nubes parecían rodearlos como una substancia tangible. Cayó un profundo sueño sobre el campamento; aun los centinelas se durmieron en sus puestos.3TS 225.4
¡Por fin, un sonido retumbante despierta al ejército! ¡La nube avanza! ¡Los hebreos se mueven! De la dirección del mar llegan las voces y el ruido de la marcha. Reina todavía tanta obscuridad que los egipcios no pueden discernir al pueblo que escapa, pero se da la orden de prepararse para perseguirlo. Se oye el fragor de las armas, el rodar de los carros, las órdenes de los capitanes y el relincho de los corceles. Por fin queda formada la línea de marcha, y los egipcios se ponen en movimiento a través de la obscuridad, en dirección a la multitud que escapa.3TS 226.1
En las tinieblas y la confusión, se apresuran en su persecución, sin saber que han entrado en el lecho del mar, y que a ambos lados están cercados por suspensas murallas de agua. Anhelan que se disipen las tinieblas y la neblina, y les dejen ver a los hebreos y su propio paradero. Las ruedas de los carros se hunden en la arena blanda, y los caballos se enredan y espantan. Prevalece la confusión, pero el ejército sigue adelante, seguro de la victoria.3TS 226.2
Por fin, la nube misteriosa se transforma ante sus ojos asombrados en una columna de fuego. Retumban los truenos y fulguran los rayos. Las olas ruedan en derredor de ellos y el temor se posesiona de sus corazones. En medio de la confusión y del terror, la fantástica luz revela a los atónitos egipcios las terribles aguas amontonadas a diestra y siniestra. Ven el ancho camino que el Señor ha hecho para su pueblo a través de las resplandecientes arenas del mar, y contemplan al triunfante Israel sano y salvo en la lejana orilla.3TS 226.3
La confusión y el desaliento se apoderan de ellos. En medio de la ira de los elementos, en los cuales disciernen la voz de un Dios airado, se esfuerzan por desandar el camino y huir a la ribera que abandonaron. Pero Moisés extiende su vara, y las aguas amontonadas, silbando y rugiendo, ávidas por su presa, se precipitan sobre los ejércitos de Egipto. El orgulloso Faraón y sus legiones, los carros dorados y las armaduras relucientes, los caballos y sus jinetes, quedan sepultados bajo un mar tormentoso. El poderoso Dios de Israel ha librado a su pueblo, y éste eleva al cielo sus cantos de agradecimiento porque Dios ha obrado tan maravillosamente en su favor.3TS 227.1
La historia de los hijos de Israel ha sido escrita para instrucción y admonición de todos los cristianos. Cuando los israelitas fueron sobrecogidos por peligros y dificultades, y el camino les parecía cerrado, su fe les abandonó, y murmuraron contra el caudillo que Dios les había designado. Le culpaban de haberlos puesto en peligro, cuando él había obedecido tan sólo a la voz de Dios.3TS 227.2
La orden divina era: “Que marchen.” No habían de esperar hasta que el camino les pareciese despejado, y pudiesen comprender todo el plan de su libramiento. La causa de Dios ha de avanzar y él abrirá una senda delante de su pueblo. El vacilar y murmurar es manifestar desconfianza en el Santo de Israel. En su providencia Dios llevó a los hebreos a las fortalezas de las montañas, con el mar Rojo por delante, para que pudiese realizar su libramiento y salvarlos para siempre de sus enemigos. Podría haberlos salvado de cualquier otra manera, pero eligió este método a fin de probar su fe y fortalecer su confianza en él.3TS 227.3
No podemos acusar a Moisés de falta alguna porque el pueblo murmuraba contra su conducta. Era su propio corazón rebelde e insumiso el que los indujo a censurar al hombre a quien Dios había delegado para que condujese a su pueblo. Mientras Moisés obraba en el temor del Señor, y según su dirección, teniendo plena fe en sus promesas, los que debieran haberle sostenido se desalentaron, y no pudieron ver delante de sí otra cosa que desastre, derrota y muerte.3TS 227.4
El Señor está tratando ahora con su pueblo que cree en la verdad presente. Quiere producir resultados portentosos, y mientras que en su providencia está obrando con ese fin, dice a sus hijos: “¡Marchad!” Es cierto que el camino no está todavía abierto, pero cuando ellos avancen con la fuerza de la fe y el valor, Dios despejará el camino delante de sus ojos. Siempre hay quienes se quejan, como el antiguo Israel, y atribuyen las dificultades de su situación a aquellos a quienes Dios suscitó con el propósito especial de hacer progresar su causa. No alcanzan a ver que Dios los está probando mediante las estrecheces, de las cuales sólo su mano puede librarlos.3TS 228.1
Hay ocasiones en que la vida cristiana parece rodeada de peligros, y el deber parece difícil de cumplir. La imaginación se representa una ruina inminente al frente, y detrás la esclavitud y la muerte. Sin embargo, la voz de Dios habla claramente por sobre todos los desalientos y dice: “¡Marchad!” Debemos obedecer a esta orden, fuere cual fuere el resultado, aun cuando nuestros ojos no puedan penetrar las tinieblas, y sintamos las frías olas a nuestros pies.3TS 228.2
Los hebreos estaban cansados y aterrorizados; sin embargo, si se hubiesen echado atrás cuando Moisés les ordenó que avanzaran, y se hubiesen negado a acercarse más al mar Rojo, nunca habría abierto Dios el camino para ellos. Al descender al agua, mostraron que tenían fe en la palabra de Dios, según la expresara Moisés. Hicieron cuanto estaba en su poder, y luego el Poderoso de Israel cumplió su parte y dividió las aguas a fin de abrir una senda para sus pies.3TS 228.3
Las nubes que se acumulan en derredor de nuestro camino, no desaparecerán nunca ante un espíritu vacilante y dudoso. La incredulidad dice: “Nunca podremos superar estos obstáculos; esperemos hasta que hayan sido suprimidos, o que podamos ver claramente nuestro camino.” Pero la fe nos insta valientemente a avanzar, esperándolo todo y creyéndolo todo. La obediencia a Dios traerá seguramente la victoria. Es únicamente por medio de la fe cómo podemos llegar al cielo.3TS 228.4
Hay gran similitud entre nuestra historia y la de los hijos de Israel. Dios condujo a su pueblo de Egipto al desierto, donde podía guardar su ley y obedecer su voz. Los egipcios, que no respetaban a Jehová, acamparon cerca de Israel; sin embargo, lo que para los israelitas era un gran raudal de luz, que iluminaba todo el campamento y resplandecía sobre la senda que estaba delante de ellos, fué para las huestes de Faraón una muralla de nube que hacía más negras las tinieblas de la noche.3TS 229.1
Así también, en este tiempo, hay un pueblo a quien Dios ha hecho depositario de su ley. Para los que los acatan, los mandamientos de Dios son como una columna de fuego que los ilumina y los conduce por el camino de la salvación eterna. Pero para aquellos que los desprecian, son como las nubes de la noche. “El principio de la sabiduría es el temor de Jehová.” Mejor que todo otro conocimiento es la comprensión de la Palabra de Dios. En la observancia de los mandamientos hay gran recompensa, y ninguna ventaja terrenal debe inducir al cristiano a vacilar por un momento en su fidelidad. Las riquezas, los honores y las pompas mundanales no son sino como escoria que perecerá ante el fuego de la ira de Dios.3TS 229.2
La voz del Señor que ordena a sus fieles que marchen, prueba con frecuencia su fe hasta lo sumo. Pero si ellos hubiesen de postergar la obediencia hasta que haya desaparecido de su entendimiento toda sombra de incertidumbre y no quedase ningún riesgo de fracaso o derrota, nunca avanzarían. Los que creen que les es imposible ceder a la voluntad de Dios y tener fe en sus promesas hasta que todo esté despejado y llano delante de ellos, no cederán nunca. La fe no es la certidumbre del conocimiento, es “la substancia de las cosas que se esperan, la demostración de las cosas que no se ven.” El obedecer a los mandamientos de Dios es la única manera de obtener su favor. “Marchad” debe ser el santo y seña del cristiano. 3TS 229.3
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Los hijos de Dios no deben ser transformados por las varias influencias a las cuales deben necesariamente estar expuestos; sino que deben estar firmes por Jesús, y por la ayuda de su Espíritu ejercer un poder transformador sobre las mentes deformadas por las malas costumbres y contaminadas por el pecado.3TS 230.1
Cristo no ha de ser ocultado en el corazón, y encerrado como un tesoro codiciado, sagrado y dulce, del cual ha de disfrutar solamente el poseedor. Hemos de tener a Cristo en nuestro corazón como un pozo de agua, que surge para vida eterna, refrigerando a todos los que vengan en contacto con nosotros. Debemos confesar a Cristo abierta y valientemente, exponiendo en nuestro carácter su mansedumbre, humildad y amor hasta que los hombres estén encantados con la hermosura de la santidad. La mejor manera no consiste en preservar nuestra religión como encerramos los perfumes en frascos, no sea que su fragancia escape.3TS 230.2
Los mismos conflictos y rechazos que encontramos han de hacernos más fuertes y dar estabilidad a nuestra fe. No hemos de ser agitados como un junco por el viento por toda influencia pasajera. Nuestras almas, calentadas y vigorizadas por las verdades del evangelio, y refrigeradas por la gracia divina han de abrir y expandirse, y derramar su fragancia sobre otros. Revestidos de toda la armadura de justicia, podemos hacer frente a cualquier influencia y conservar nuestra pureza inmaculada.3TS 230.3
Todos deben considerar que los derechos de Dios sobre ellos superan a todos los demás. Dios ha dado a cada persona capacidad, habilidades que mejorar, a fin de poder reflejar la gloria del Dador. Cada día debe hacerse algún progreso.—Testimonies for the Church 4:555, 556.3TS 230.4