Capítulo 39—El amor del mundo
La tentación que fué presentada por Satanás a nuestro Salvador sobre el alto monte, es una de las principales tentaciones a las cuales la humanidad debe hacer frente. Los reinos del mundo, con su gloria, fueron ofrecidos a Cristo por Satanás como regalo, a condición de que Cristo le tributase la honra debida a un superior. Nuestro Salvador sintió la fuerza de esa tentación; pero le hizo frente en nuestro favor, y venció. El no habría sido probado en ese punto, si el hombre no hubiese de ser probado por la misma tentación. En su resistencia, nos dió un ejemplo de la conducta que debemos seguir cuando Satanás se acerca a nosotros individualmente, para apartarnos de nuestra integridad.3TS 199.1
Nadie puede seguir a Cristo, y colocar sus afectos en las cosas de este mundo. Juan, en su primera epístola escribe: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él.” Nuestro Redentor, que hizo frente a esta tentación de Satanás en todo su poder, sabe cuánto peligro hay de que el hombre ceda a la tentación de amar al mundo.3TS 199.2
Cristo se identificó con la humanidad, soportando la prueba en este punto y venciendo en favor del hombre. El protegió con advertencias aquellos mismos puntos en los cuales Satanás podría tener más éxito en sus tentaciones para el hombre. Sabía que Satanás obtendría la victoria sobre el hombre, a menos que éste estuviese especialmente guardado respecto del apetito y del amor a las riquezas y honores mundanales. El dice: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompe, y donde ladrones minan y hurtan; mas haceos tesoros en el cielo, donde ni polilla ni orín corrompe, y donde ladrones no minan ni hurtan: porque donde estuviere vuestro tesoro, allí estará vuestro corazón.” “Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o se llegará al uno y menospreciará al otro: no podéis servir a Dios y a Mammón.”3TS 199.3
Aquí Cristo nos presenta dos maestros, Dios y el mundo, y nos revela claramente el hecho de que es simplemente imposible para nosotros servir a ambos. Si predominan nuestro interés y amor por este mundo, no apreciaremos las cosas que. sobre todas las demás, son dignas de nuestra atención. El amor al mundo excluirá el amor a Dios, y subordinará nuestros intereses más elevados a las consideraciones mundanales. Dios no ocupará así en nuestros afectos y devociones un lugar tan exaltado como las cosas efímeras del mundo.3TS 200.1
Nuestras obras revelarán la medida exacta en la cual los tesoros terrenales poseen nuestros afectos. El mayor cuidado, ansiedad y trabajo se dedicarán a los intereses mundanales, mientras que las consideraciones eternas serán secundarias. En esto Satanás recibe del hombre el homenaje que exigió de Cristo, pero que no alcanzó a obtener. Es el amor egoísta del mundo lo que corrompe la fe de los que profesan seguir a Cristo y los hace débiles en fuerza moral. Cuanto más aman las riquezas terrenales, más se apartan de Dios, y menos participan de su naturaleza divina, la cual les haría sentir las influencias corruptoras del mundo y los peligros a los cuales están expuestos.3TS 200.2
En sus tentaciones, Satanás se propone hacer al mundo muy atrayente. Por medio del amor a las riquezas y de los honores mundanales, tiene un poder de encantamiento para conquistar los afectos aun de aquellos que profesan ser cristianos. Una numerosa clase de hombres que profesan ser cristianos hará cualquier sacrificio para obtener riquezas; y cuanto más éxito tengan en su objeto, menos amor tendrán por la verdad preciosa y menos interés por sus progresos. Pierden su amor por Dios, y obran como locos. Cuanto más prosperan en obtener riquezas, tanto más pobres se sienten por no tener más. y menos quieren invertir en la causa de Dios.3TS 200.3
Las obras de aquellos hombres que tienen un insano amor por las riquezas, demuestran que no les es posible servir a dos señores, a Dios y a Mammón. El dinero es su dios. Tributan homenaje a su poder. En todos sus intentos y propósitos, sirven al mundo. Su honor, que es su herencia, lo sacrifican por las ganancias mundanales. Este poder dominante rige su mente, y ellos violarán la ley de Dios para servir sus intereses personales, para aumentar su tesoro terrenal.3TS 201.1
Son muchos los que tal vez profesen la religión de Cristo, pero no aman ni prestan atención a la letra o los principios de las enseñanzas de Cristo. Dedican lo mejor de su fuerza a empresas mundanales, y se inclinan ante Mammón. Es alarmante que sean tantos los engañados por Satanás, y que tengan su imaginación excitada por las brillantes perspectivas de la ganancia mundanal. Se infatúan con la perspectiva de la felicidad perfecta si pueden obtener su objeto de adquirir honores y riquezas en este mundo. Satanás los tienta con su cohecho seductor: “Todo esto te daré,” todo este poder, toda esta riqueza, con lo cual puedes hacer mucho bien. Pero cuando obtienen el objeto por el cual trabajaron, no están ya relacionados con el abnegado Redentor que los haría participantes de la naturaleza divina. Retienen sus tesoros terrenales, y desprecian la abnegación y sacrificios requeridos por Cristo. No tienen deseos de separarse de los caros tesoros terrenales a los cuales sus corazones se han aficionado. Han cambiado de señores; han aceptado a Mammón en lugar de Cristo. Mammón es su dios, y a Mammón sirven.3TS 201.2
Por el amor a las riquezas, Satanás conquistó la adoración de estas almas engañadas. El cambio se ha hecho tan imperceptiblemente, y el poder de Satanás es tan seductor, tan astuto, que se han conformado al mundo, y no perciben que se han separado de Cristo, y no son ya sus siervos sino de nombre.3TS 201.3
Satanás obra con los hombres con más cuidado que con Cristo en el desierto de la tentación, porque sabe que allí perdió la batalla. Es un enemigo vencido. No se presenta al hombre directamente, para exigirle el homenaje de un culto exterior. Pide simplemente a los hombres que pongan sus afectos en las buenas cosas de este mundo. Si logra ocupar la mente y los afectos, los atractivos celestiales se eclipsan. Todo lo que quiere del hombre es que caiga bajo el poder seductor de sus tentaciones, que ame el mundo, la ostentación y los altos puestos, que ame el dinero, y ponga sus afectos en los tesoros terrenales. Si lo logra, obtiene todo lo que pidió de Cristo.3TS 201.4
El ejemplo de Cristo nos muestra que nuestra única esperanza de victoria reside en resistir continuamente a los ataques de Satanás. El que triunfó sobre el adversario de las almas en el conflicto de la tentación, comprende el poder de Satanás sobre la especie humana, y le venció en nuestro favor. Como vencedor, nos ha dado la ventaja de su victoria, para que en nuestros esfuerzos para resistir las tentaciones de Satanás podamos unir nuestra debilidad a su fuerza, nuestra indignidad a sus méritos. Y en las fuertes tentaciones, sostenidos por su fuerza permanente, podemos resistir en su nombre todopoderoso y vencer como él venció.3TS 202.1
Es por medio de sufrimientos indecibles cómo nuestro Redentor puso la redención a nuestro alcanee. En este mundo no fué honrado ni reconocido, para que por medio de su maravillosa condescendencia y humillación, pudiese ensalzar al hombre hasta recibir honores celestiales y goces inmortales en sus cortes reales. ¿Murmurará el hombre caído porque el cielo puede obtenerse únicamente mediante luchas, humillación, trabajo y esfuerzos?3TS 202.2
Más de un corazón orgulloso pregunta: ¿Por qué necesito andar en humillación y penitencia antes de poder tener la seguridad de ser aceptado por Dios y alcanzar la recompensa inmortal? ¿Por qué no es la senda del cielo más fácil, placentera y atrayente? Referimos a todos los que dudan y murmuran a nuestro gran Ejemplo, mientras sufría bajo las cargas de la culpabilidad humana, y soportaba las más agudas torturas del hambre. El era sin pecado, y aun más que esto, era Príncipe del Cielo; pero en favor del hombre se hizo pecado por toda la especie humana. “Herido fué por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados: el castigo de nuestra paz sobre él; y por su llaga fuimos nosotros curados.”3TS 202.3
Cristo lo sacrificó todo por el hombre, a fin de permitirle ganar el cielo. Ahora le incumbe al hombre caído demostrar que está dispuesto a sacrificarse por su cuenta por amor de Cristo, a fin de obtener la gloria inmortal. Los que tienen un sentido justo de la magnitud de la salvación y de su costo, no murmurarán nunca de que deban sembrar con lágrimas y de que los conflictos y la abnegación sean la suerte del cristiano en esta vida. Las condiciones de la salvación del hombre han sido ordenadas por Dios. La humillación y el llevar la cruz son provistos para que el pecador arrepentido halle consuelo y paz. El pensamiento de que Cristo se sometió a una humillación y a un sacrificio que el hombre nunca será llamado a soportar, debiera acallar toda voz murmuradora. El hombre obtiene el gozo más dulce por su sincero arrepentimiento para con Dios por la transgresión de su ley, y por la fe en Cristo como Redentor y Abogado del pecador.3TS 203.1
Los hombres trabajan a gran costo para obtener los tesoros de esta vida. Sufren trabajos, penurias y privaciones para obtener alguna ventaja mundanal. ¿Por qué debiera estar menos dispuesto el pecador a sufrir y sacrificarse a fin de obtener un tesoro imperecedero, una vida que se compara con la de Dios, una corona inmarcesible de gloria inmortal? Los infinitos tesoros del cielo, la herencia cuyo valor sobrepuja todo cálculo, la cual es un eterno peso de gloria, deben ser obtenidos por nosotros a cualquier costo. No debemos murmurar contra la abnegación, porque el Señor de vida y gloria la sufrió antes que nosotros. No debemos evitar los sufrimientos y las privaciones; porque la Majestad del cielo los aceptó en favor de los pecadores. El sacrificio de las comodidades y conveniencias no debe ocasionarnos un pensamiento de protesta, porque el Redentor del cielo lo aceptó todo en nuestro favor. Aun sumando en su mayor valor todas nuestras abnegaciones, privaciones y sacrificios, nos cuesta mucho menos, en todo respecto, de lo que le costó al Príncipe de la vida. Cualquier sacrificio que hagamos, parece insignificante cuando lo comparamos con el que hizo Cristo en favor nuestro. 3TS 203.2
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“Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, mas de dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis.” Los maestros religiosos descriptos aquí profesan ser cristianos en la forma de la piedad, y parecen trabajar para el bien de las almas, mientras que en su corazón son avarientos, egoístas, amadores de sus comodidades, y siguen los impulsos de su corazón sin consagración.3TS 204.1
El predicador que lleva la sagrada verdad para estos postreros días, debe ser lo opuesto de todo esto, y, por su vida de piedad práctica, señalar claramente la distinción entre el falso pastor y el verdadero. El buen pastor vino para buscar y salvar lo que se había perdido. Manifestó en sus obras su amor por sus ovejas. Todos los pastores que trabajan bajo el pastor principal, poseerán sus características. Serán mansos y humildes de corazón. La fe como la de un niño infunde descanso al alma, y también obra por amor, y está siempre interesada por los demás. Si el Espíritu de Cristo mora en ellos, serán semejantes a Cristo y harán las obras de Cristo.—Testimonies for the Church 4:376, 377.3TS 204.2