14—Cristo, puente sobre el abismo del pecado
«MIRAD CUÁL AMOR nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no lo conoció a él. Amados, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como él es» [1 Juan 3: 1, 2].SE2 141.1
Desde el principio hasta el fin este capítulo [de 1 Juan] está lleno de valiosas enseñanzas. Debemos hacer de la Biblia un consejero. En lugar de tomar de ella lo que pensamos apoya nuestras opiniones, debemos ver en ella las enseñanzas que Dios tiene para nosotros. Hay verdad para nosotros en esta Palabra, y debemos cavar en busca de esa verdad como si fuera un tesoro escondido.SE2 141.2
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Charla presentada en el congreso campestre de Armadale, en noviembre de 1895. Manuscrito 21, 1895.
Podríamos buscar la verdad como aquellos lo hicieron en épocas pasadas, pensando que tenemos un torrente de luz cuando tan solo entendemos una pequeña porción de su real enseñanza: la eficiencia y la plenitud encerrada en las Escrituras. Pero cuando buscamos busquemos sinceramente y de todo corazón, descubriremos por nosotros mismos lo que debemos hacer para alcanzar la vida eterna; ya que en la Biblia hay siempre algo para satisfacer las necesidades de cada quien. Un instructor invisible estará a nuestro lado y encontraremos que el autor de esta Palabra no es tan solo el autor, sino el consumador de nuestra fe. Su Palabra permanece firme por las edades y nos corresponde sacar de ella enseñanzas de valor eterno.SE2 142.1
«Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios» [1 Juan 3: 1]. No podemos encontrar palabras para expresar el amor de Dios, pero él nos pide que lo contemplemos. «De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna”. «Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del hombre sea levantado” [Juan 3: 14].SE2 142.2
No es que Dios ame al mundo porque dio a su Hijo, sino que debido a que amó al mundo él dio a su Hijo «para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna». Cuando usted se vincula con Jesucristo se conecta con la vida eterna. Su vida está en usted, y usted estará escondido con Cristo en Dios «Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria» [Col. 3: 4].SE2 142.3
Hemos visto suficiente de lo que el mundo llama «perfección” como para saber que eso no tiene valor alguno ya que «la tierra fue profanada por sus moradores». Pero si escondemos nuestra vida en Cristo, seremos los mortales más felices en la faz de la tierra. Tenemos una fe que obra por amor y que purifica el alma, ya que Cristo es el purificador y el que limpia a todos. ¿Es Cristo para usted el primero, lo último y lo mejor, respecto a todo? Si él lo es, usted tiene una esperanza que va más allá de densas tinieblas que cubren el mundo como un velo mortuorio. Nuestra esperanza penetra hasta dentro del velo. Nosotros no andamos a tientas, pues tenemos nuestro firme fundamento en Cristo Jesús.SE2 142.4
En el Edén es donde primero fue proclamado el evangelio: «Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; esta te herirá en la cabeza, y tú la herirás en el talón” (Gén. 3: 15). Pero a través de milenios de pecado, la imagen de Dios fue prácticamente borrada de la tierra. Satanás afirmó que los seres humanos no pueden guardar la ley de Dios. «Yo puedo tomar sus mentes y mol-dearlas y conformarlas de manera que no tomen en cuenta la ley de Dios».SE2 142.5
Pero Dios miró hacia abajo, a la tierra, y, al comprobar él que había llegado el tiempo, nació Cristo el rey de gloria en Belén como un indefenso bebé. Él, que pertenece a la eternidad, que está cubierto de luz inaccesible, que llena todo el cielo con el séquito de su gloria, considera el pecado como lo único detestable que existe en nuestro mundo. Sin embargo, permitió que su Hijo unigénito, santo y sin pecado, cargara el pecado del mundo sobre sí.SE2 143.1
Cristo vino a este mundo dejando los atrios celestiales para representar el carácter de su Padre y de esa forma ayudar a los seres humanos a regresar a su situación de lealtad. La imagen de Satanás se proyectaba en los hombres y Cristo vino para aportarles poder moral y la capacidad para lograr un objetivo. Vino como un niño indefenso, adoptando nuestra condición humana. «Porque somos hechos parti-cipantes de Cristo, con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza del principio” [Heb. 3: 14]. Él no podía ser un ejemplo perfecto para nosotros, no podía venir en forma de un ángel, porque a menos que se enfrentara al hombre como un hombre, y testificara por su relación con Dios que no se le había concedido el poder divino en una forma diferente a la que se nos concede a nosotros.SE2 143.2
Vino humildemente, con el fin de que el más humilde en la faz de la tierra no tuviera excusa por su pobreza o ignorancia para decir: «Debido a todo esto no puedo obedecer la ley de Jehová”. Cristo revistió su divinidad de humanidad, para que esa humanidad moviera a los humanos; para que viviera como humano y sufriera las pruebas y aflicciones del ser humano. Él fue tentado en todo como nosotros, pero sin pecado. En su condición humana él entendió todas las tentaciones que le sobrevendrían al hombre.SE2 143.3
Después que Cristo hubo sido colocado en la tumba, colocaron a los soldados romanos en las inmediaciones para proteger su cuerpo. Pero un poderoso ángel de los atrios celestiales despejó las tinieblas y descendió hasta donde descansaba el Hijo de Dios. Cuando su luz rodeó a los soldados, cayeron a tierra como muertos. Si la luz de un ángel hacía que los hombres cayeran a tierra como muertos, mucho menos Cristo podría venir ni siquiera con esa misma gloria. Él asumió la forma humana para que nosotros, partícipes de su naturaleza, podamos recibir la imagen de Jehová y ser testigos de la eficacia de un Salvador crucificado ante hombres y ángeles, ante toda la hueste de los poderes de las tinieblas.SE2 143.4
La humildad distinguió la senda de Cristo desde el pesebre a la cruz. Él fue un hombre en este pequeño átomo de mundo, sin embargo conquistó el poder de Satanás y libró a los seres humanos de su mano. «El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón, a pregonar libertad a los cautivos y vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos” [Luc. 4: 18].SE2 144.1
Paso a paso, Cristo descendió por la senda de la humildad, perseguido por el enemigo. Luchó no «contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este mundo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes» [Efe. 6: 12]. Y esa es nuestra tarea, y por eso se nos exhorta: «Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo y, habiendo acabado todo, estar firmes» [v. 13]. En nuestra lucha estamos protegidos por los Diez Mandamientos. «Si sabéis estas cosas, bienaventurados sois si las hacéis”.SE2 144.2
Cristo entró a la tumba para que el hombre pudiera pasar por la tumba y levantarse con una vida renovada. Él rompió las ataduras del sepulcro y sobre el derrotado sepulcro de José proclamó: «Yo soy la resurrección y la vida». Entonces, cuando suene la trompeta final, el dador de la vida abrirá las tumbas y todos los que han dormido en Cristo saldrán a una gloriosa inmortalidad.SE2 144.3
Cristo murió por los pecados del mundo para que tengamos la oportunidad de mostrar al universo, lealtad a Dios y a su ley. Hoy él está llevando a cabo una expiación ante el Padre, en favor de nosotros. «Pero si alguno ha pecado, Abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo, el justo” [1 Juan 2:1]. Al señalar las palmas de sus manos, horadadas por la ira y el prejuicio de hombres malvados, él nos dice: «He aquí que en las palmas de las manos te tengo esculpida”. El Padre se inclina reconociendo el precio pagado por los seres humanos y los ángeles se acercan con reverencia a la cruz del Calvario. ¡Qué gran sacrificio! ¡Quién podrá valorarlo! A los seres humanos les tomará toda la eternidad para entender el plan de redención. Se irá desvelando línea por línea, un poco de aquí y otro de allí.SE2 144.4
A causa de la transgresión el hombre fue separado de Dios, la comunión entre ambos quedó interrumpida. Ahora bien, Jesucristo murió en la cruz del Calvario, llevando en su cuerpo los pecados del mundo, y aquella cruz fue un puente en el abismo entre el cielo y la tierra. Cristo lleva a los hombres al abismo y señala el puente que lo cruza diciendo: «Si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» [Mat. 16: 24].SE2 144.5
Cristo nos presenta una prueba por medio de la cual podemos demostrar si le seremos leales a él o no. Cristo nos llama a colocar nuestros pecados sobre él, el portador de los pecados, con el fin de que podamos representar a Dios. Pero si rehusamos despojamos de ellos, asumiendo nosotros esa responsabilidad, nos perderemos. Ojalá caigamos sobre Cristo, la piedra viva, para ser quebrantados; pero si esa piedra cae sobre nosotros nos pulverizará.SE2 145.1
En nuestra guerra contamos con la promesa de Cristo: «El que tiene mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él». Él se manifestó a Juan que había sido desterrado por sus perseguidores a la desolada isla de Patmos. Pero allí, él que gobierna la tierra y mantiene las aguas en cauces, se manifestó a Juan. «Yo, Juan, vuestro hermano y compañero en la tribulación, en el reino y en la perseverancia de Jesucristo, estaba en la isla llamada Patmos, por causa de la palabra de Dios y del testimonio de Jesucristo. Estando yo en el Espíritu en el día del Señor oí detrás de mí una gran voz, como de trompeta, que decía: “Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último”» [Apoc. 1: 9-11]. «Principio y fin, dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso» [v. 8].SE2 145.2
Cristo se manifestó a Pedro y lo libró de la cárcel mediante un ángel. Se manifestó a Esteban: «Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús que estaba a la diestra de Dios» [Hech. 7: 55].SE2 145.3
Por tanto, Cristo se nos manifestará si somos fieles. «Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte ni la vida, ni ángeles ni principados ni potestades, ni lo presente ni lo por venir, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús, Señor nuestro” [Rom. 8: 38, 39].SE2 145.4
Ahora es cuando podemos demostrar si obedeceremos la ley de Dios, o si la violaremos. Si un pecador coloca sus cargas al pie de la cruz se llenará de paz y felicidad. «Así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento”. «Jehová está en medio de ti; ¡él es poderoso y te salvará! Se gozará por ti con alegría, callará de amor, se regocijará por ti con cánticos» [Luc. 15: 7; Sof. 3: 17].SE2 145.5
Todo el cielo valora el empeño de quienes están peleando por la corona de vida eterna, para que sean partícipes con Cristo en la ciudad de Dios, cuyas calles son de oro puro «como si fueran de un cristal transparente». Dios desea que estemos allí, Cristo quiere que todos ustedes estén allí, todo el cielo desea que todos nosotros lleguemos allá. Los ángeles están dispuestos a colocarse en un círculo externo, mientras los que han sido redimidos por la sangre de Jesús permanecen en el interior del mismo.SE2 146.1
¿Se dan cuenta del valor que ustedes tienen para Dios? Él dice: «Ustedes son obreros juntamente conmigo”. ¿Están permitiendo que la luz de ustedes brille con claros rayos para beneficio de un mundo caído? ¿Están ustedes tratando de ejercer todos los talentos y capacidades que Dios les ha concedido? Quizá no sean ministros, pero ustedes pueden ser testigos. Quizá usted no sea un orador elocuente, pero pueden ser elocuentes en el Cristo vivo; ustedes pueden ser elocuentes al permitir que sus luces brillen delante de los hombres. Tendrán que transitar por una dura senda, tendrán que enfrentar a los poderes de las tinieblas; pero no tendrá que hacerlos solos, pues Dios les ha proporcionado un General.SE2 146.2
El mismo Cristo, la Majestad del cielo, dirige a los hijos de Dios en contra de sus enemigos. Millares de santos ángeles están prestos a ayudar a aquellos que buscan la inmortalidad y la vida eterna. Una corona de gloria les espera a todos los que pelean la buena batalla de la fe, y cuando el conflicto concluya serán recibidos con las palabras: «Bienaventurados los que guardan sus mandamientos, para que su potencia sea en el árbol de la vida, y que entren por las puertas en la ciudad» [Apoc. 22: 14, RVA]. Luego, al echar sus brillantes coronas a los pies de Jesús, y al tocar las arpas, sus melodiosos acordes resonarán por todo el cielo.SE2 146.3