Gozosa expectación
Mientras que regresábamos a casa por diversos caminos, podía oirse, proviniendo de cierta dirección, una voz que alababa a Dios, y como si fuese en respuesta, se oían luego otras voces que desde diferentes puntos clamaban: “¡Gloria a Dios, reina el Señor!” Los hombres se retiraban a sus casas con alabanzas en los labios, y los alegres gritos repercutían por la tranquila atmósfera de la noche. Nadie que haya asistido a estas reuniones podrá olvidar jamás aquellas escenas tan interesantes.1TS 46.2
Quienes amen sinceramente a Jesús pueden comprender la emoción de los que entonces esperaban con intensísimo anhelo la venida de su Salvador. Estaba cerca el día en que se le aguardaba. Poco faltaba para que llegase el momento en que esperábamos ir a su encuentro. Con solemne calma nos aproximábamos a la hora señalada. Los verdaderos creyentes permanecían en apacible comunión con Dios, arras de la paz que esperaban disfrutar en la hermosa vida venidera. Nadie de cuantos experimentaron esta esperanzada confianza podrá olvidar jamás aquellas dulces horas de espera.1TS 46.3
Durante algunas semanas, abandonaron la mayor parte de los fieles los negocios mundanales. Todos examinábamos con sumo cuidado los pensamientos de nuestra mente, y las emociones de nuestro corazón, como si estuviésemos en el lecho de muerte, prontos a cerrar para siempre los ojos a las escenas de la tierra. No confeccionábamos mantos de ascención para el gran acontecimiento; sentíamos la necesidad de la evidencia interna de que estuviésemos preparados para ir al encuentro de Cristo, y nuestros blancos mantos eran la pureza del alma, un carácter limpiado de pecado por la expiadora sangre de Cristo.1TS 46.4