Capítulo 33—Organización y desarrollo
Hace ya cuarenta años que se introdujo la organización entre nosotros como colectividad. Yo me conté entre el número de quienes tuvieron experiencias en establecerla desde un principio. Conozco las dificultades con que tropezamos, los males que la organización había de corregir, y he visto su influencia en relación con el adelanto de la causa. En los comienzos de la obra, nos dió Dios luz especial acerca de este punto, y esta luz, unida a las lecciones que la experiencia nos ha enseñado, debería tenerse en cuidadosa consideración.1TS 190.1
Desde un principio, tuvo nuestra obra carácter de acometividad. Nuestros miembros eran pocos y la mayor parte pertenecía a las clases más pobres de la sociedad. Nuestras ideas eran casi desconocidas del mundo. Carecíamos de locales para el culto, y sólo contábamos con unas cuantas publicaciones y limitadísimas facilidades para llevar adelante nuestra obra. Las ovejas estaban esparcidas por caminos y veredas, en ciudades, villas y bosques. Los mandamientos de Dios y la fe de Jesús eran el tema de nuestro mensaje.1TS 190.2
Mi esposo, con el pastor José Bates, los Hnos. Pierce, Hiram Edson y otros hombres fervientes, nobles y fieles, militaba entre los que después de la época de 1844, buscaron la verdad como escondido tesoro.1TS 190.3
Solíamos reunirnos sintiendo gran peso en el alma y orábamos para que pudiésemos coincidir en fe y doctrina; porque sabíamos que Cristo no está dividido. Cada vez tomábamos un punto por objeto de investigación. Con reverente emoción, abríamos las Escrituras. Solíamos ayunar para ponernos en mejor disposición de comprender la verdad. Después de orar fervorosamente, si no entendíamos algún punto, lo discutíamos y cada cual exponía libremente su opinión. Luego volvíamos a inclinarnos en oración, y ardientes súplicas se elevaban al cielo para que Dios nos ayudase a tener un sentir unánime y a ser uno, como Cristo y el Padre son uno. Derramábamos muchas lágrimas.1TS 190.4
De esta manera pasábamos largas horas. A veces empleábamos toda la noche en solemne investigación de las Escrituras, para comprender la verdad señalada a nuestra época. En algunas ocasiones, descendía sobre mí el Espíritu de Dios que esclarecía los puntos difíciles estableciendo entre nosotros perfecto acuerdo. Todos estábamos unánimes en pensamiento y espíritu.1TS 191.1
Procurábamos anhelosamente que las Escrituras no fuesen interpretadas torcidamente para adaptarse a alguna opinión humana. Tratábamos de aminorar en lo posible nuestras diferencias no deteniéndonos en puntos de poca importancia sobre los cuales hubiese diversidad de criterio, sino que el empeño de cada alma era poner a los hermanos en condiciones de satisfacer la oración de Cristo cuando pedía que sus discípulos fuesen uno, como uno era él con su Padre.1TS 191.2
Algunas veces, uno o dos hermanos porfiaban tenazmente contra la opinión presentada, y seguían la natural tendencia de su ánimo; pero en estos casos, suspendíamos las investigaciones y aplazábamos la reunión para que cada cual orase a Dios y, sin comunicarse con los demás, estudiase el punto controvertido, buscando la luz del cielo. Nos separábamos amistosamente para volvernos a reunir tan pronto como fuese posible para ulteriores investigaciones. A veces, el poder de Dios descendía sobre nosotros de señalada manera, y cuando la clara luz revelaba los puntos de la verdad, nos regocijábamos mutuamente con lágrimas de alegría. Amábamos a Jesús y nos amábamos unos a otros.1TS 191.3