Adelantando
Seguimos llevando nuestra obra a cabo en Rochester entre perplejidades y desalientos. El cólera visitó la ciudad, y durante la epidemia, se oía toda la noche por las calles el rodar de los coches fúnebres que conducían los cadáveres al cementerio de Mount Hope. La epidemia no se cebó únicamente en los pobres, sino que hizo víctimas en todas las clases de la sociedad. Los más hábiles médicos murieron y fueron llevados a Mount Hope. Al pasar nosotros por las calles de Rochester, encontrábamos casi en cada esquina furgones con ataúdes de pino basto en los que transportaban los cadáveres. Nuestro pequeñuelo Edson cayó enfermo, y lo llevamos al gran Médico. Lo tomé en mis manos, y en el nombre de Jesús conjuré la enfermedad. En seguida encontró alivio, y al comenzar una hermana a orar al Señor para que lo curase, el pequeñuelo, que sólo tenía tres años, la miró asombrado, diciendo: “No hay necesidad de que oréis por mí, porque el Señor me ha sanado.” Estaba muy débil, pero la enfermedad no siguió adelante. Sin embargo, no cobraba fuerzas. Todavía iba a ponerse a prueba nuestra fe. En tres días Edson no probó alimento.1TS 143.1